Apropósito del evangelio de este domingo sobre la multiplicación de los panes y los peces? ¿cuántas veces hemos escuchado que el milagro consiste en eso del compartir? Permítanme decirles que nos hemos quedado en lo superficial.

En estos días por los informativos nos llegan noticias de Nicaragua. He oído los sollozos de un sacerdote que en la radio expresaba su dolor y su convicción de estar con el pueblo, de ser voz de los sin voz, de no abandonar a los suyos. Esta es la actualización viva y real de este relato.

El antiguo éxodo de los israelitas en Egipto se transforma ahora en un nuevo éxodo que empieza con una comida. Ahora la libertad ya se empieza a gozar. Ahora los que comen lo hacen recostados, como los hombres libres: si los hombres, en lugar de acumular lo que a otros les falta, lo comparten como manifestación de amor, nadie tendrá que convertirse en esclavo para poder ver satisfechas sus necesidades más primarias. El amor y la solidaridad son siempre fuente de libertad.

Pero para que esto sea posible es necesario aceptar que el Señor es el único dueño de lo que los hombres necesitan para vivir. Eso es lo que reconoce Jesús cuando, con el pan y los pescados en la mano, pronuncia una acción de gracias: la vida y el alimento necesario para la vida del hombre son regalos de Dios. Los panes y los peces no son de aquel muchacho, no son propiedad de la comunidad: son fruto del amor de Dios, y el amor de Dios, si no se comparte, se rechaza.

La tierra entera es un regalo de Dios a toda la humanidad. Él la entregó a los hombres para que todos disfrutaran de sus frutos. Por eso nadie tiene derecho a acumular lo que a otros les falta.

¿Verdad que si los cristianos nos tomáramos esto en serio sería algo más, mucho más, que cualquier revolución? Y, además, debemos hacerlo sin triunfalismos, sin convertirnos en líderes de masas. Después de repartir panes y peces, Jesús, "dándose cuenta de que iban a llevárselo por la fuerza para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo".

La realidad dura es que la esclavitud, la falta de libertad y de dignidad son experiencias cotidianas de muchos seres humanos. Mientras tanto, muchos cristianos solo piensan en la fiesta de su pueblo.

Hay que expresar con claridad y contundencia en la labor callada de la Iglesia. Este verano nuestra diócesis se ha hecho presente en Angola. Y, aunque muchos todavía duden, la Iglesia sigue estando a la altura, por la fuerza del Espíritu Santo, en tantas misiones difíciles. Y su motivación no es el postureo, sino anunciar el mensaje de Jesús.