Desde que tengo memoria, el Apóstol Santiago y yo mantenemos una larga y cordial relación. Larga y respetuosa, porque él ha tenido la habilidad de mantener su estatus en el mundo de los mitos y yo doy por buenas todas las fantasías que me contaron sobre sus actuaciones milagrosas. El que esto escribe estaba en Párvulos cuando le contaron la increíble historia de la llegada del cadáver del Apóstol desde Palestina a la costa de Galicia. En una barca de piedra que debía ser por lo menos tan potente como las planeadoras que siglos más tarde, y por los mismos lugares, utilizaron los narcotraficantes para transportar su ilícita mercancía. La narración no tenía lógica alguna pero por entonces yo era un niño crédulo y no me atreví a dudar de lo que nos contaba la profesora. Además, todas las exageraciones mágicas tienen un atractivo especial. Y algo parecido me pasó luego con el transporte del cuerpo en un carro de bueyes dotado seguramente de GPS porque conocía perfectamente el camino a seguir y el lugar donde rendir viaje.

Después, ya en ese período de contornos difusos donde se mezclan la historia con la leyenda, fuimos informados del descubrimiento del lugar del enterramiento por la situación de una estrella que brillaba más que las otras. Y también de la orden del rey astur-galaico Alfonso II el Casto de nombrar al Apóstol Santiago como patrón de su reino y construir en su honor una pequeña basílica, que es el antecedente de la soberbia catedral que hoy conocemos. Habrá pocos mitos que, como Santiago, tengan la habilidad de centrar sobre ellos la atención en distintos periodos históricos. Por poner un ejemplo, su supuesta participación a lomos de un caballo blanco en ayuda de las tropas cristianas que mandaba el rey asturiano Ramiro I durante la legendaria batalla de Clavijo. Pero no solo es Santiago un emblema espiritual o militar, también es comercio y cultura. Y la muestra más importante de esa faceta es el camino llamado de Santiago, o Camino francés, que acercó a Compostela a cientos de miles de peregrinos a lo largo de los siglos.

Un premio que ahora se ve incrementado con la apertura al público del restaurado Pórtico de la Gloria, tras una labor minuciosa que ha durado diez años. "Santiago -escribió Otero Pedrayo- es la última en aparecer entre las metrópolis religiosas y culturales de Europa. Pasó del anonimato de los campos y selvas al escenario de la historia, directamente, por obra del milagro de la invención del sepulcro apostólico". Durante la dictadura franquista era costumbre que el jefe del Estado, u otro personaje de relieve, en una fecha como la de ayer, se dirigiese solemnemente a la imagen del Apóstol Santiago para pedirle ayuda en la resolución de alguna cosa importante. No hay noticia de que haya atendido ninguna aunque escuchaba con mucho interés.