Avanza el retroceso sin pausa ni demora. Los bancos centrales que predican la contención salarial se extrañan de que no suban los sueldos superado lo peor de la crisis y de que sus débiles ascensos se los zampe la inflación. Después de haber fabricado las condiciones laborales de principios del siglo anterior se asombran los tecnócratas de que los empresarios no quieran pagar más.

La semana pasada, Netanyahu, para ser tan nacionalista como cualquier ultra que le rete, ha convertido Israel en un Estado-Nación para el pueblo judío y prepara al 20% de la población palestina para un régimen de apartheid, que adelgaza cuerpos, conocimientos, libertades, posibilidades y derechos.

Italia, a la que tanto debe Occidente, tiene un ministro del Interior, Matteo Salvini, que dice odiar a los indiferentes y odia de hecho a los diferentes. Reconoce sin complejos, sin complejidades, que ve en blanco y en negro, sin grises, y no quiere inmigrantes, refugiados, náufragos y -un clásico- tampoco gitanos.

La próxima guerra se declarará en la cuenta de Twitter de Donald Trump, el presidente de EE UU, que provoca, insulta, amaga y amenaza cada día a una nación o a un organismo internacional diferente. En dos semanas, la OTAN, la UE, Corea del Norte, la CIA, Irán; en una mano, la guerra nuclear y en la otra, la comercial. Con el aliado Trump los enemigos parecen poca cosa, pero salen carísimos porque son vecinos y al emperador no se le computan las consecuencias de esa proximidad. Las guerras, para él, son transoceánicas.

Con tal progreso en áreas significativas no extraña que el PP se interese en remeter las cuatro esquinas ultras que se le escaparon cuando dijo iniciar su viaje al centro. ¡Adelante el retroceso!