He comenzado el verano participando en unas jornadas de formación organizadas por la Liga Española de la Educación. Me interesó el contenido del programa y su objetivo: por la educación en igualdad frente a prejuicios y discriminaciones. Suelo hacerlo todos los años y me sienta muy bien pasar del fragor del final de curso con evaluaciones, memorias y demás protocolos, al recogimiento de un recinto universitario, en este caso el salón de grados de la Facultad de Derecho de la Universidad de Alcalá de Henares, y al estudio, debate y reflexión sobre asuntos tan importantes como el que nos ocupó este año. Contamos con ponentes muy significados. Recuerdo con especial cercanía la intervención de Ramiro Curieses, director y orientador del IES Canal de Castilla, defendiendo una educación plenamente inclusiva puesto que si el mundo es diverso la escuela debe serlo. Me interesó mucho la intervención de Carlos Giménez Romero, catedrático de Antropología Social de la Universidad Autónoma de Madrid, que nos habló de las amenas a la convivencia y a la diversidad en la Europa actual. Desentrañó con lucidez el discurso xenófobo europeo que tanto perjuicio y sufrimiento está causando actualmente. Fue un auténtico privilegio compartir aquella tarde de sábado con este profesor, activista y pionero en la mediación como herramienta básica para la convivencia. Desde 2016 es el director del Instituto Universitario de DDHH, Democracia y Cultura de paz y No Violencia.

Especialmente provechosa fue la ponencia de Ignacio Campoy, profesor titular de Filosofía del Derecho en la universidad Carlos III, quizás porque trató de asuntos que me preocupan desde hace años. Fue presentado por Pilar de la Higuera, incansable y comprometida trabajadora en cualquier ámbito educativo zamorano, actualmente es la principal responsable de La Liga de la Educación en Zamora. El caso es que me sentí muy concernido por lo que escuchaba a este especialista en derechos fundamentales y en derechos de los niños. Me pregunto reiteradamente hasta dónde llegan los derechos de los padres y dónde comienzan los de sus hijos. He sabido de abusos, atropellos, arbitrariedades o imposiciones de los tutores legales de los menores que claramente ignoran o incumplen la Convención sobre los Derechos de Niño del 20 de noviembre de 1989. Este tratado enfatiza que los menores de edad tienen los mismos derechos que los adultos pero que por no haber alcanzado su pleno desarrollo físico y mental necesitan de especial protección. En él se reconoce a los niños como sujetos de derecho y al conjunto de tratados de derechos humanos se le añaden otros principios específicos como el interés superior del niño, el derecho a la no discriminación o el derecho a la libertad de expresión y a ser escuchado. Los informes de seguimiento de la aplicación de la Convención en España revelan graves carencias. En nuestro país ni se conoce ni se difunde, no existen políticas para la infancia, faltan recursos para dar cobertura a las demandas de los programas preventivos de intervención familiar, carecemos de un procedimiento uniforme para determinar el interés superior del niño o lo que es más crudo, en España hay un alto porcentaje de niñas y niños que viven bajo el umbral de la pobreza.

Como el actual Gobierno ha propuesto recuperar como asignatura obligatoria y común la educación en valores cívicos y éticos, hemos vuelto a oír las trompetas de los integristas y sacristanes avisando de que quieren volver a imponer una ética de Estado. Resulta agotador volver a las andadas. Señores de la Santa Madre Iglesia, padres y madres temerosos de Dios y del PP, no se alarmen ni se corten las venas, con respetar a sus propios hijos y la Convención sobre los Derechos del Niño es suficiente. Deben leer sus 54 artículos. Proponía el filósofo Savater que uno de los principales objetivos de la educación debería ser que los niños conozcan las alternativas que existen a los prejuicios de los padres. Estos nunca deben decidir lo que se enseña, pues se educa para vivir en sociedad, no sólo en familia.

Tenemos que dar a los niños la oportunidad de aprender a pensar por sí mismos, tenemos que escucharlos y dialogar más con ellos, ya no es tiempo de rancios paternalismos que imponen completa sumisión. Si queremos que sean personas maduras, responsables y buenos ciudadanos, el aprendizaje debe comenzar desde la infancia y la familia debe estimular su creatividad, su autonomía y empatía. Propósito: ser capaces de vivir en sociedad con el modelo de vida que libremente elijan.