Resulta sorprendente que los analistas políticos se lo estén pasando en grande elucubrando sobre quien se llevará el gato al agua en las "primarias" del PP. Se explayan diciendo que el uno lo tiene chupado, porque a la otra candidata no la soporta la tercera en discordia. Que, si uno ha dicho esto, y que, si no ha dicho lo otro, y venga a dar vuelta la burra al trigo. Pero raramente se escucha decir que es lo que propone cada uno de ellos y cuál es su ideario, si es que lo tiene. Tampoco se explica cómo alguien que tuvo cargos relevantes va a ser capaz de regenerar el partido, precisamente ahora que éste ha perdido grandes parcelas de poder.

Tampoco explican por qué de 800.000 afiliados que dicen que tiene el partido, solo han votado 60.000, cifra que coincide, más o menos, con el número de cargos públicos, o sea, más o menos, con los empleados en nómina. No parecen haber sido demasiadas las ganas mostradas por los teóricamente más interesados, de manera que, al resto, hasta completar los 8 millones de votantes que tuvieron en las últimas elecciones, les debe de traer aún más al pairo quien salga elegido o elegida. Y no digamos ese otro montón, el que va de los 8 millones a los 45 que no les votaron.

Es un proceso en el que se está poniendo en solfa el mantra que siempre ha defendido el partido, que el ganador debe ser quien gane las elecciones y no aquél o aquella que sume mayor número de votos o de diputados, según los casos. Y eso, porque hay alguno que no le conviene y se agarra a las normas establecidas para estas primarias que, al parecer, dicen otra cosa. De manera que, una vez más, lo que sigue primando es conseguir el poder, pasando el resto a formar parte de lo secundario.

Cualquiera puede hacer que la ceremonia huela a incienso, aunque no haya entrado nunca en una iglesia, porque más difícil es saber latín y algunos han llegado a dominarlo. Pero la gente ya no se deja engañar por la clase política, y cada vez muestra menos interés en que la dirijan tirios o troyanos, porque lo único que desea es que sean unos personajes con buena formación en lugar de presumir de másteres regalados, experiencia en el mundo de la gestión en lugar de especialista en indemnizaciones en diferido, capacidad de trabajo en lugar de dejar que temas, como el de Cataluña se pudran, y lo que es más importante con la suficiente personalidad como para ejercer de hombres o mujeres de Estado, en lugar de proteger a quienes han delinquido. Tener cierto nivel de intelectualidad tampoco parecería pedir demasiado, sobre todo si se piensa en los políticos de la "transición," que eran capaces de improvisar un discurso o establecer un debate sin que alguien se lo hubiera escrito previamente.

Se da la circunstancia que, desde los aparatos de los partidos, y en particular desde éste, primerizo en la cosa de las primarias, no se pone demasiado interés en llegar al meollo de los problemas, sino a limitarse a seguir el ritmo de las encuestas, cuando lo más limpio sería exponer el propio producto, como se hace en el mercado, de manera que cada uno pudiera elegir la lechuga que más le interesase para su ensalada.

Restan aún por protagonizar unos cuantos requiebros, y de digerir alguna tortilla de cábalas hasta que termine este serial radiofónico o culebrón televisivo. Pero por mucho que insistan en lavar los cerebros, la gente tiene claro que los monaguillos pueden llegar a ser papas, pero nunca cardenales, aunque hagan sonar la campanilla. Mientras tanto, es de agradecer que algún peso pesado del PP les haya quitado hierro a estas primarias soltando aquello de que los tres más votados han sido "las dos viudas" y "el hijo adoptivo" del expresidente Rajoy, porque un poco humor nunca viene mal.

A nivel local, no se ha dicho aun por qué candidato se han decantado, aunque las informaciones periodísticas hayan podido ser reveladoras. Así, la candidata clasificada en tercer lugar debió ver tan clara la cosa que renunció a hacer campaña en Zamora enviando, en su lugar, a una adlátere, a la que el PP local se habría limitado a darle un paseo por Santa Clara. Al clasificado en segundo lugar a llenarle el salón de actos con militantes. Y a la vencedora, homenajeándola en un conocido restaurante, en la margen izquierda del rio, en una fiesta con blancos tenderetes, oliendo a victoria.