El titular me ha dejado casi sin palabras: "Un niño de diez años acude a la Policía por temor a que su madre fuera maltratada". Según recogía la edición del miércoles de este periódico, el pequeño la escuchó llorar y que su expareja la estaba gritando y fue al cuartel a pedir ayuda. Sucedió en Benavente aunque podía haber ocurrido en cualquier otra localidad, tanto de España como de otros países próximos o más lejanos. La noticia, como digo, me ha sobrecogido y no he podido quitármela de la cabeza. Por unos breves instantes he tratado de ponerme en la piel del chaval y en la reacción tan valiente y a la vez tan arriesgada de la que hizo gala. ¿Cuántas escenas similares habrá presenciado en su corta vida para que el chaval haya tenido la valentía y el arrojo suficiente de dar ese paso que nos ha conmovido a tantas personas? ¿Qué iría pensando por el camino hasta que llegó al cuartel de la Policía y empezó a relatar lo que sus oídos habían escuchado? Trato de ponerme en su lugar y se me conmueve el corazón de solo pensarlo.

La violencia contra las mujeres ha existido siempre. Por tanto, no es cierto que ahora se hayan disparado los casos de maltrato sino que, como dicen los expertos, hemos empezado a desprendernos del tabú de no reconocer un problema social que incomoda. Ahora se habla, se discute y se difunden noticias relacionadas con las conductas impropias de quienes acosan, agreden o asesinan a sus parejas, exparejas o personas con las que viven o han tenido alguna relación, simplemente porque las consideran de su propiedad, esto es, porque piensan que pueden tratarlas como objetos de consumo, de decoración o vaya usted a saber de qué. Conductas impropias que siguen siendo detonantes de esa enfermedad llamada machismo o patriarcado, que tanto daño ha hecho y sigue haciendo en la vida cotidiana de muchas personas. Por eso es de agradecer que haya instituciones, organizaciones sociales, personas relevantes pero también ciudadanos anónimos que levanten la voz y planten cara, sin miedo, a quienes se comportan indignamente contra las mujeres.

Un buen ejemplo, y espero que no sea el último, lo hemos conocido esta misma semana. Como contaba este periódico, miembros de la Iglesia Evangélica de Filadelfia en Zamora salieron el viernes a la calle junto con la asociación gitana Lachó para manifestarse, desde La Marina hasta la Plaza Mayor, por una sociedad sin violencia, como rezaban sus pancartas. Es un detalle muy significativo y muy valiente en una cultura particular a la que, en muchas ocasiones, se ha acusado de defender la superioridad masculina sobre la femenina en sus prácticas cotidianas. Los tiempos, sin embargo, están cambiando y conozco a muchos gitanos y gitanas que también están plantando cara a estas prácticas, dando ejemplo de ciudadanos responsables y comprometidos con la dignidad de las personas, indistintamente de que sean hombres o mujeres. Y es que todos debemos comprometernos y luchar, de manera proactiva, para erradicar, de una vez por todas, las conductas violentas que atentan contra las personas, indistintamente del género que les acompañe.