Frente al continuo desplome demográfico, el Instituto Nacional de Estadística ofrecía esta semana un dato que aporta algo de luz en el largo túnel de la despoblación zamorana. Por primera vez desde la crisis crecieron los emigrantes retornados en casi un 80%. Fueron 133 frente a los 74 que volvieron de otros países en 2012.

La mayoría procede de América Central y América del Sur, pero también de países europeos, acogidos, muchos de ellos, a los programas especiales de retorno que ofrece el Ministerio de Trabajo. El INE no aclara, por provincias, los rangos de edad de los retornados, pero sí indica que, en el conjunto de Castilla y León, es significativo el colectivo de los activos. Seguramente se trata de personas que marcharon hacia esos mismos destinos en los años más duros de la crisis, sobre todo hacia Cuba y Argentina, especialmente en el año 2014. Los retornados son demasiado escasos para paliar la sangría poblacional que deja a Zamora sin casi 1.000 jóvenes al año lanzados en busca de una oportunidad laboral tanto al extranjero como a la capital madrileña o las vecinas Valladolid y Salamanca.

De esas provincias, destino migratorio interior por excelencia de los zamoranos de las décadas anteriores, también existe un retorno, en este caso de personas ya jubiladas, que vienen buscando la calidad de vida que les ofrece la provincia de Zamora, no tanto los pequeños núcleos rurales sino aquellos que cuentan con servicios de garantía básicos en transporte y sanidad, sobre todo, lo que se acaba traduciendo en una reordenación territorial de facto, a falta de un instrumento político que no acaba de llegar para racionalizar el modelo insostenible de 248 municipios con baja densidad poblacional y de gran dispersión geográfica.

La suma de todos los factores anticipa una nueva sociedad zamorana en cuando a estructura y necesidades. Una sociedad que sigue viendo el vaso medio vacío. Según una encuesta publicada en este periódico esta misma semana, los zamoranos son los más pesimistas de Castilla y León en cuanto a la situación de su provincia. Más del 75% de los encuestados opina que la situación económica está igual, peor o mucho peor que años atrás. Y los que así opinan son, en su mayoría, quienes se encuentran entre la franja de los 30 a los 50 años. El colectivo que más difícil tiene su reinserción en caso de pérdida de su puesto de trabajo. Los más jóvenes son los que se muestran más optimistas. Otra dosis de ilusión imprescindible, porque nada hay más peligroso que una sociedad instalada mayoritariamente en la decepción. El pesimismo paraliza, cuando lo que se necesita son estímulos que alienten la actividad. Ese estado de depresión generalizada puede conducir al abandono, a bajar los brazos y a darlo todo por perdido de antemano. Esa no es la opción.

Gran parte del desaliento va ligada, lógicamente, a la dificultad para encontrar un puesto de trabajo. El desempleo es la segunda gran preocupación de los zamoranos con arreglo a los datos de esa encuesta. La primera, compartida con otras siete provincias de las nueve que conforman la comunidad castellanoleonesa, es la despoblación. Los zamoranos son plenamente conscientes de que su tierra languidece, de que se mueren lentamente desde los pueblos más pequeños a las ciudades. Más de la mitad de los encuestados coloca la pérdida de habitantes como el principal mal que afecta a la provincia, seguida del paro. Lejos del 7% que conceden la prioridad a asuntos que han espoleado a la opinión pública española en los últimos años, como la corrupción y los políticos. Pero ese dato, lejos de ser un alivio, debería ahondar en la preocupación de los representantes públicos, porque evidencia la escasa relevancia, la nula fe que los votantes conceden a los políticos a la hora de que formen parte de la solución y no del problema.

Ni la falta de industrialización ni las infraestructuras aparecen en los primeros lugares de esa lista negra ciudadana. Lo segundo porque, en el caso de Zamora, bien es cierto que, con deficiencias por subsanar y retos tecnológicos por asumir, se ha avanzado en estos años en autovías y ferrocarril. En cuanto a la industrialización, parece que los zamoranos tienen claro que la falta de oportunidades es común a todos los sectores y que una gran factoría como el mito de Renault en Valladolid, entra casi dentro de lo utópico, dada la configuración del mercado laboral actual.

Ese panorama desalentador retrata, una vez más, a una sociedad que tiene claras sus prioridades, que va muy por delante de quienes, en apenas unos meses, saldrán a la calle a vocear sus programas electorales y reclamando el respaldo de unos votantes cada vez más menguado en número y más escépticos ante un futuro incierto en el que sobresalen los que, como esos 133 retornados, aún mantienen viva la esperanza de que, realmente, por difícil que lo pinten, Zamora tiene un futuro por escribir.