La volatilidad institucional se ha acabado por instalar en la vida pública española. El propio arco parlamentario dibujaba ya con trazos gordos una legislatura convulsa antes del cambio de Gobierno. Y lo que hay hasta el 2020 lleva el mismo camino, con una agenda política en la que la cuestión territorial tiene excesivo peso. Todo ello aderezado por un ambiente preelectoral implacable y, por lo tanto, en clave partidista.

Lo sucedido en las últimas semanas, meses, no deja de ser un reflejo del sentir de la llamada sociedad civil, donde impera cierta extenuación y desconfianza hacia la clase dirigente. Un escenario en el que las culpas siempre deberían ser compartidas, entre quienes ejercen el papel de representantes y entre quienes asumen dócilmente el de representados. La queja gratuita es lo cómodo, cuando a todos compete ahondar en el conocimiento de una actividad pública que va más allá de la hipertrofia orgánica y los reinos de taifas que suelen rodear a las organizaciones políticas. No debemos olvidar que los políticos son, obviamente, ciudadanos como usted y yo que durante un tiempo ejercen y protagonizan la acción política. No son una clase social prefijada ni mucho menos una casta, aunque a veces los privilegios que ostentan así lo hagan pensar.

El hartazgo social que sobrevuela sobre nuestros políticos precisa, además de una profunda reflexión, un cambio generacional que propicie otra forma de entender la propia política, modificando el funcionamiento interno de los partidos y abriendo aún más la decisión pública a los diferentes canales de la democracia participativa. Instrumentos hay suficientes para ello. Sólo hace falta voluntad para reinventar la imprescindible representatividad ciudadana, en aras a convertir los partidos políticos en organizaciones cada vez más transparentes y eficaces. Y la transparencia empieza por el político como individuo, quien no debe escudarse en la organización a la que pertenece como si ésta fuera un ente inexcrutable con poder casi omnímodo.

Así, de persistir en los errores, a quien le puede extrañar tanta volatilidad institucional.