La polémica ley aprobada por el Gobierno de Mateusz Morawiecki, del ultraconservador Ley y Justicia (PiS), sobre el Holocausto, aunque parezca mentira ha sido suavizada. La ley penalizaba a todo aquel que vinculase a los polacos con esta terrible tragedia humana, incluido el hecho de denominar a los campos de exterminio como polacos, aunque la mayoría de estos estuvieran en su territorio. Finalmente, tras muchas presiones, ha tamizado la ley, introduciendo una enmienda que deja las penas sin efecto. El PiS justificó esta legislación al considerar que preservaba "los intereses de Polonia", su "dignidad y verdad histórica", a costa, contradictoriamente, de sacrificar la posibilidad de que esto sea posible, porque impedía que los investigadores pudieran adentrarse en el tortuoso mundo del colaboracionismo y la participación de polacos en la Shoah. Sin embargo, allí donde la lógica humana y la razón no parecen encontrar sus puntos de apoyo, se imponen los intereses políticos, como es el caso.

Varsovia no esperaba que la reacción de EEUU y de Israel fuera tan fulgurante y crítica con esta medida, países con quienes mantenía buenas relaciones. Y, tras verse censurada por la Unión Europea en su giro autoritario y, a falta de aliados, no le ha quedado más remedio que dar un paso atrás para no encontrarse todavía más aislada. Pues para EEUU e Israel la Shoah no es un tema baladí y la ley se convertía en poco más que un ataque a la Historia. No estamos hablando de un tema menor, sino de un capítulo complejo y ominoso de los que más escuecen en la conciencia europea. Ante la necesidad virtud, pero esta estrategia de pulir el pasado para imponer una memoria determinada, utilizando como coartada la dignidad nacional, es un acto peligroso. Porque hace que la Historia se convierta en un instrumento al servicio del poder y no sirva como una advertencia hacia los horrores que este puede traer aparejado en caso de pervertir de nuevo las conciencias, como hizo el Tercer Reich en su momento.

Sin embargo, a pesar de la rectificación, el considerar que es inadmisible que se implique a los polacos en el Holocausto desvela la incapacidad de este conservadurismo polaco de asumir los hechos y utilizar la Historia como un territorio de aprendizaje. Vivimos tiempos delicados. El pasado no llega a repetirse, no, al menos, de la misma manera, pero el ser humano tiende a girar sobre sí mismo y perderse en el horizonte, volviendo a cometer los mismos conscientes o inconscientes desaires sobre los valores que ha de extraer de su (dolorosa) experiencia. Y este caso es un vivo ejemplo de ello, no el único, por supuesto, pero sí trata de un tema sensible. La dignidad nacional, insisto, no puede estar por encima de los derechos humanos porque fue esta actitud la que condujo a la política nazi a actuar con tanta brutalidad y crueldad sin una reacción negativa de la población. El PiS formula una política muy parecida en actitud (que no en actos) a los de los que llevaron a la muerte a millones de polacos inocentes. No es esta la manera con la que mejor nos comprometemos con las víctimas y mucho menos es la fórmula para entender, con profundidad y aplomo, las dimensiones tan descomunales que alcanzó la Solución Final. No solo no hubo una activa resistencia por parte de la población, sino que muchos polacos aprovechando el contexto favorable de la guerra sacaron a relucir su antisemitismo. Algunos se convirtieron en cómplices denunciando a judíos escondidos o a los vecinos que lo hacían, no todos, no fue general, otros los ocultaron, pero sí se dieron delaciones, y eso hay que tratarlo de forma justa y conveniente porque nos induce a seguir pugnando por la verdad. Asumir esa parte de culpa, desde luego, no exonera a los nazis de ser los máximos inductores de lo ocurrido.

Pero las historias nacionales no deben ser bonitas ni heroicas, porque serían falsas y tras la falsedad se produce una corrupción inmoral y, por lo tanto, se invita a desfigurar a los verdugos, a ignorar la importancia que cobra la conciencia cuando cambiamos los roles. Polonia, como Rusia, Ucrania, Holanda, Francia, Hungría, Italia? cada país que fue engullido por la guerra tuvo sus propios capítulos de horror y colaboración con el ocupante, en los que se sacaron a relucir honorables actos de generosidad, entrega y compromiso, pero también otros que fueron lo contrario, y derivaron en avivar viejos odios y prejuicios, utilizando al nazismo como coartada para desahogar iras y frustraciones. Así que enfrentarnos a tales hechos con rigor, objetividad y justicia es una necesidad para el historiador y una responsabilidad para las sociedades cívicas y democráticas, pues nos toca aprender de ello. Por eso, la rectificación del PiS es un gesto, pero no deshace la perversa visión que se pretende ofrecer al querer reescribir el ayer de una forma equívoca, negando la auténtica naturaleza humana.

Es verdad que los ciudadanos votamos al partido que mejor representa a nuestros intereses, pero no podemos permitir que se exima, en el culmen de la arrogancia ideológica, de admitir la verdad histórica y, en consecuencia, la garantía y respeto de los derechos humanos. Falsificar la Historia, manipularla en aras de pretender ocultar o ya distorsionar lo ocurrido, como hizo el mismo nazismo, es un mal síntoma porque nos señala que la sociedad no estará preparada para reaccionar de forma razonable y sensible cuando se violen o violenten los derechos de ciertos colectivos o grupos humanos menospreciados.

El nazismo no embrujó a la sociedad alemana, sino que, aprovechándose de sus virtudes, acabó por pervertir su conciencia -no hemos de olvidarlo-, convirtiéndola, mayormente, en una sociedad dócil y plegada a sus intereses de perpetuarse en el poder e imponer una mirada cruel y distorsionada del mundo. Los nazis no han sido ni serán los primeros en engañar a las masas. Europa y Polonia no deben caer en los mismos burdos errores?

(*) Doctor en Historia Contemporánea