No lejos de donde escribo está el punto geográfico que los romanos llamaron "Finis terrae", fin de la tierra. Pero también fin del día, porque en las aguas no siempre plácidas de la costa gallega se acuesta el sol a diario en una de sus camas marinas que tiene repartidas por el mundo el astro rey que, como los monarcas, dispone de palacios y alcobas allí donde se encuentre. Por estas latitudes, a menudo brumosas, se echa en falta a veces el sol, pero cuando aparece todo lo convierte en un cuadro artístico y en el marco donde naturaleza y paisaje toman carta de esplendor.

Un grupo de amigos acudimos cada verano a Tui (Pontevedra) donde el sol de la infancia nos aguarda como un bollo preñado de recuerdos dulces.

Tanto por la carencia como por la costumbre de tenerlo, el sol, en todas partes crea dependencia. Polvo de estrellas somos al cabo y esos genes cósmicos también afloran; están en momentos de euforia y se hacen recuerdo feliz en el abatimiento.

Los últimos versos que escribió Don Antonio Machado aparecieron en un papel arrugado dentro de su gabán cuando se encontraba en el exilio: " Estos días azules y este sol de la infancia...". No le dio tiempo a escribir más. Había salido enfermo de España y muy bajo en defensas de esperanza. La luz y el sol de Collioure, un pueblo francés a orillas de Mediterráneo le traía el recuerdo de su infancia sevillana. Sol radiante, cielo azul, un binomio sencillo que resume el paraíso perdido o diagnostica la anemia de vivir en circunstancias difíciles.

Pocas veces el comienzo de un poema interrumpido ha tenido tantas interpretaciones a la manera de un señuelo artístico o una variación musical, y hoy más que nunca, cuando se lleva el microrrelato, tiene el aire de una obertura inacabada, aria sublime de una despedida, arpegio lleno de sugerencias para una música sin fin. Bien dice el refrán: "Algo tendrá el agua cuando la bendicen". Y yo digo qué tendrá el sol para que le den rimas y música. En esto, nuestro gran Claudio Rodríguez supo como nadie darnos la respuesta en su primer libro que es un canto a la luz, al sol que madura las espigas y nos hizo de la pasta que somos, la del campo seco, aclimatado a temperaturas extremas, lo que nos ha hecho también resistentes al sufrimiento. A Machado no se le escapó esta virtud pero tampoco idealizó lo castellano antes bien, hizo penetrantes y poéticas descripciones tanto a favor de lo heroico y transparente como en contra de lo atávico y demoledor.

Castilla se fue haciendo en un extenso paraje denominado genéricamente La Meseta, con el sol y las nubes jugando al escondite. Entre ausencia y susto de ambos se nos formó un carácter acostumbrado a resistir.

Días azules, sol de la infancia. Don Antonio, tan identificado con nuestra tierra, parecía demostrarnos que en la recta final de su vida daba cumplimiento a otros versos suyos del poema con que abría su libro más logrado, "Campos de Castilla": "Cuando llegue el día del último viaje/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar/ me encontraréis a bordo ligero de equipaje/casi desnudo, como los hijos de la mar". Viéndose despojado de todo, en su dramático exilio, abre la puerta a los recuerdos más felices que a veces tienen la cortesía de visitarnos en momentos de amargura.

"Estos día azules y este sol de la infancia", nueve palabras que forman un verso de catorce sílabas; el comienzo de una despedida inacabada, a sabiendas que los puntos suspensivos contendrían todo lo que faltaba por decir, o por vivir en suma, que no era mucho, pues falleció al poco, como presentía.

Todos conocemos el famoso y a la vez amargo comienzo del Quijote: "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme..." . El poema, o lo que fuere inacabado, de Don Antonio, parece que lo inspira un pensamiento que me atrevo a imaginar: "De un lugar de España de cuyo nombre no quiero olvidarme vienen estos días azules y este sol de la infancia...".