En el deporte del fútbol, España es una potencia media, media-alta a lo sumo, que sólo en un momento muy favorable puede llegar a ganar un Mundial. En cambio su afición tiene bastantes ínfulas y pasión como para que se financien los fichajes galácticos de dos de los mejores clubes del mundo. Ese desequilibrio estructural es y será siempre una fuente de frustración, pues ésta surge del contraste entre lo que somos y lo que nos empeñamos (en doble sentido, de esfuerzo y de empeño-deuda) en ser. Luego podemos echarle la culpa al bueno de Hierro, al capaz pero insensato Lopetegui, al inoportuno Florentino, al bello aunque inevitable ocaso de Iniesta, al relevo de una generación, a los fallos de De Gea y/o quien lo pone, a la caída en picado de la furia, a la emergencia de los países emergentes, y hasta al palco. Pero lo que hay es lo que hay, y no se arregla echando mano de un culpable.