Tenemos que convencernos de muchas cosas: una sociedad que sin ingenuidad se relaciona segmentando, pone en vigencia todos los días la palabra rechazo. ¡Cuántas personas maravillosas nos perdemos por tener presente su religión, su ideología política, su posición social, su condición sexual y así un largo etcétera!

Por encima de cualquier cosa están las personas, pero claro, no siempre lo vemos así. Hace pocos días, teniendo un diálogo de barra de bar con unos conocidos, me quedé flipada, (un poco más de lo que habitualmente estoy), uno de ellos, ni corto, ni perezoso me preguntó: "¿Tú eres del PP?". Tratando de coger el diálogo por algún sitio, venciendo la pereza del antidiálogo, inquirí sobre la razón de su pregunta. Después de un rato mareando la perdiz me respondió: "Te he visto varias veces con fulanito y menganita, y ellos lo son".

¿Qué puede responder una persona a semejante pregunta? Lo bonito de vivir es arriesgar, resistir los envites de la vida, junto amigos y familiares. Lo que menos me preocupa a la hora de relacionarme es de qué partido político son unos u otros. Prefiero ver personas, mejor que siglas.

Es sorprendente ver cómo nos pasamos la vida etiquetando, lo hacemos con más entusiasmo que El Corte Inglés en época de rebajas. No vemos que así condenamos a muerte muchas relaciones interpersonales antes de haber nacido. Acurrúquense por un momento del lado de la reflexión y piensen en la cantidad de personas que a diario rechazan...

La vida es el paseo cotidiano que hacemos cada día. A la sombra del rechazo, no se levanta el erguido árbol de la tolerancia; en la blancura velada de la mortaja todos somos iguales. ¿Entonces? ¿Ustedes conocen algún cementerio que entierren a las personas divididas por ideologías políticas, religiones, posición social, condición sexual? La muerte da señales de cansancio: ¿para qué llegar más agotados?

La mejor manera de comprender la semejanza, es contemplar a un niño abrazando su imagen en un espejo. La semejanza azuza el cariño, el amor y por supuesto el respeto.

¡Vaya, he descubierto que la humareda de la reflexión, casi se lleva mi intensidad! Ya voy a ponerme en modo Rosalía. Es verano, aunque parecen todas las estaciones en una. De 10 a 11 es primavera, de 12 a 17 verano, de 18 a 22 otoño y de 22 a 00:00 invierno. Menudo jaleo traigo con la ropa. El otro día llevaba el bañador con bufanda. Aún así en cada esquina azotan las ganas de hacer el amor. O lo que no es el amor, ya saben... Hace pocos días, me encontré con un caballero taciturno: ¡Menuda mirada! No sabes cómo me maravillo, destino. Después de tanta laxitud, siento una oleada de vitalidad.

Déjame hablar con sinceridad. Cabría decir infinitas cosas, pero exigirían demasiadas palabras y ando mal de tiempo. Misteriosa disposición, su mirada, afirma tantas cosas... Luchar contra las cosas destinadas es absurdo: muerte, sufrimiento, amor.

La fuerza titánica de sus ojos me trasportan al arte abstracto. Sí, se hallan íntimamente unidos con los míos y añoran la misma pujanza: deseo. El lenguaje de la mirada siempre dice la verdad. Ayer hubiese deseado un beso caprichoso, pero la palabra obedece al pudor y en ocasiones dice lo opuesto al sentimiento. En una mirada va contenida la desesperación del deseo. ¿Destino, le puedes decir que sus ojos y los míos no son un juego de azar? Por cierto, sean felices, la vida es un ratico, ya lo dice Juanes en su canción.