Poco más de una semana ha tardado el Instituto Nacional de Estadística (INE) en ratificar el informe sobre demografía publicado por LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, basado en el estudio "Suicidio demográfico en Occidente y en medio mundo", elaborado por la Fundación Renacimiento Demográfico que dirige Alejandro Macarrón. Las estadísticas, hechas públicas esta misma semana, dan la razón a ese titular que algunos podrían tachar de alarmista y que, sin embargo, responde a la más cruda realidad.

Cada día, la provincia de Zamora pierde siete habitantes exclusivamente por el movimiento natural, es decir, porque las muertes sobrepasan a los nacimientos. Para muestra fatídica, la del año pasado: 901 alumbramientos, el mínimo histórico, persiguiendo la trayectoria a la baja acentuada peligrosamente en los últimos años frente al triple de fallecidos, 2.694. Dos nacimientos diarios por cada siete muertes. A ello hay que sumarle las emigraciones que siguen produciéndose todos los años y el resultado se resume en esos 3.000 zamoranos que desaparecen del padrón todos los años. Aún más: como los que se quedan o, los que, en algunos casos, regresan de la diáspora, son aquellos que vuelven a su tierra una vez jubilados, la tasa de fecundidad se hunde irremediablemente. Así que, tal y como concluía el mencionado informe, a menos niños, menos futuro.

Las últimas estadísticas han disparado la alarma de forman generalizada en toda España. Porque también en el conjunto del país las muertes superan a las nuevas vidas. El balance resultante revela que fueron más de 110.000 los españoles autóctonos perdidos en la sangría poblacional de 2017. Eso, según los cálculos del director de la Fundación Renacimiento Demográfico, supone más del doble de la caída demográfica registrada en 1939, al término de la Guerra Civil.

En Zamora las alarmas vienen sonando desde hace décadas. Porque quedan lejos los años como 1976, cuando se rozaron los 3.000 alumbramientos. Muchos de aquellos niños forman parte, hoy, de otra inmensa oleada de emigración que se ha llevado con ellos, a otras partes de España o de Europa, su talento y la esperanza de toda una provincia.

La conclusión es así de descarnada: caminamos sin descanso hacia el suicidio demográfico, una emergencia provincial que debería ser capaz de movilizar y unir a toda la sociedad civil zamorana al igual que se hace en cualquier otro tipo de catástrofe: es decir, con ayudas urgentes e inmediatas que puedan corregir esa peligrosa tendencia.

No deja de resultar paradójico que esta crisis demográfica se produzca al mismo tiempo que en el plano internacional se agudiza el problema de la inmigración masiva. Refugiados que huyen del hambre y la guerra, como años atrás lo hicieron los españoles. Igual que lo siguen haciendo, aunque su desesperación no alcance el extremo de jugarse sus vidas y las de sus hijos en una balsa en mitad del mar, quienes cada año abandonan nuestra provincia.

La inmigración es uno de los elementos manejados en el estudio demográfico publicado en este diario para paliar un fenómeno que se agudiza y que, además, se independiza del contexto económico en el que se produzcan, porque las cifras de pérdida de población se dan en meses en los que otros indicadores estadísticos, como el crecimiento del PIB, muestran una mejora de la situación económica.

Pero también es cierto que la despoblación en esta España vacía que encabezan Zamora junto a provincias como Soria o Teruel, el triunvirato de las que registran menos de mil nacimientos por año, está ligada a la falta de oportunidades. Las oportunidades de prosperar que buscan tanto los que se marchan de los países de Oriente Medio o los subsaharianos, pero también los zamoranos y otros habitantes de una Castilla y León donde la brecha social alcanza dimensiones antológicas dentro de su territorio. Sin oportunidades no hay atracción ni para los autóctonos ni para los de fuera.

Es cierto que la inmigración plantea serios problemas que requieren políticas serias de estado y un pacto europeo con urgencia. Que será necesario un proceso de integración eficaz que garantice la identificación plena de las segundas generaciones. Aunque también Zamora es, precisamente, tierra pionera en repoblaciones desde los lejanos tiempos, y no menos conflictivos, como demuestra tanto la historia como la leyenda, de Alfonso VI.

Es un doble trabajo: incentivos a la natalidad, lo que no significa subvenciones ni cheques bebé. Resulta imprescindible un pacto de Estado que tenga traducción en las administraciones locales y regionales. Medidas efectivas, proyectos que se lleven a la realidad y que destierren el tópico de que el futuro se escribe únicamente fuera de las fronteras provinciales. Si un pueblo como Guarrate ha sido capaz de darle la vuelta a su situación con la creación de explotaciones ganaderas modernas, es decir, adaptando la potencialidad de la zona a los tiempos que corren, significa que aún no está todo perdido. En la escuela de Guarrate acaban de terminar el curso 17 alumnos, frente a aquellos centros que han tenido que cerrar por no reunir ni siquiera a cinco niños. Es la diferencia que separa la posibilidad de tener un futuro al alcance de la mano o tocar el desastre ya con la punta de los dedos.