Al igual que existe una fe del carbonero, que es la de aquel que no sabe por qué cree, ni conoce los contenidos básicos de la fe (porque no se ha preocupado de aprenderlos o porque el cura de su parroquia se dedicó más a organizar convivencias y jotaemejotas que a enseñar el Catecismo de la Iglesia Católica), también existe un ateísmo del carbonero. Hoy más que nunca, y gracias al analfabetismo religioso que un laicismo ciego pretende profundizar acabando con la asignatura de religión, hay ateos que tampoco saben por qué no creen. Muchos que se dicen ateos "se creen enemigos de Dios, pero sólo llegan a ser enemigos del sacristán" (Nicolás Gómez Dávila) tras leer algún panfleto anticlerical plagado de sandeces. Así, nos toca escuchar a diario chorradas como: "Yo no creo en Dios porque no me creo que a la Virgen María la preñara una paloma", o "Yo no creo en Dios porque la Iglesia en la Edad Media creía que las mujeres no tienen alma y que la Tierra es plana", que algunos sacan a relucir al declarar su ateísmo, declarando más bien su ignorancia religiosa, pues ni la fe católica afirma semejantes patochadas, ni el ateísmo intelectual ha discutido nunca esto.

Feuerbach, que era un ateo serio, afirmaba que Dios sería algo inventado para satisfacer una necesidad humana de respuesta a una carencia intelectual (como el insuficiente conocimiento de las leyes del universo) o afectiva (el miedo a la muerte). O en palabras de un ateo carbonero como Stephen Hawking: "Dios es un invento para los que le tienen miedo a la oscuridad".

Ante esto hay que decir que quien cree no busca un "dios tapa-agujeros" que rellene los huecos de preguntas sin respuesta o imposibles. Ningún cristiano ha preguntado jamás a Dios si existen agujeros negros o si es cierta la física cuántica. Si mañana se descubriera la píldora de la inmortalidad o quedaran resueltos todos los enigmas del universo, el cristiano seguiría manteniendo la fe, porque seguiría anhelando el encuentro con Dios. La fe católica no busca la salvación en el conocimiento de respuestas ocultas, como las sectas gnósticas. La fe es un acto de confianza en una persona: Jesús de Nazaret, que resulta ser Dios-Hijo, una de las tres Personas de la Trinidad. La fe es comunión de vida, relación personal con Alguien que, de paso, da respuesta a los interrogantes sobre el mundo, la vida, el ser humano y sus problemas. Estas respuestas, escritas en el Catecismo, deben ser conocidas por el creyente para no tener una fe de carbonero. Pero, al final, aunque la fe y el ateísmo serios suponen la razón, creer o no creer en Dios depende más de lo que dijo Pascal: "El corazón tiene razones que la razón no conoce".