La discriminación por razón de especie se manifiesta desde la diversidad de los grupos humanos a través de violencias múltiples. Actualmente, los espectáculos que utilizan animales constituyen uno de los ejemplos más evidentes. Esta discriminación, además de erigirse como la segregación más abyecta de la historia de la vida, proporciona tipologías donde confinar a otros colectivos, haciendo posible su consideración como objetos de explotación. Como ya han destapado algunas compañeras, no podría comprenderse el patriarcado ni el racismo sin la categoría social de animalidad que aquellos utilizan para incluir a mujeres y otras etnias.

Aquella tarde de verano había gente bebiendo alrededor de la plaza. También durmiendo. Sonaba una música que al muchacho le olía a hierro. ¿Qué está pasando? (el muchacho). Más tarde te lo diré (el abuelo). Cuando entraron, volvió a preguntar. Vas a ser testigo del triunfo del hombre, respondió el viejo.

¿Un triunfo de quién? ¿De qué guerra hablamos? Si a cualquiera nos preguntaran para qué desearíamos utilizar nuestras capacidades cognitivas, pocas responderíamos que nos gustaría incrementar el sufrimiento y las muertes. La mayoría nos alegraríamos de lo contrario. Sin embargo, como la tauromaquia persigue el control absoluto de las naturalezas y las vidas ajenas, el control de las consciencias diferentes, aparece una consecuencia directa que es, justo, el aumento del sufrimiento y las muertes.

Es crucial el estudio de un mundo rural que se resiste a ser vasallo del modo de producción capitalista. Un sistema que subordina las vidas de las gentes del campo al percibir este como una despensa de la ciudad. Las personas que allí viven se aferran a sus tradiciones como signo de resistencia consciente o inconsciente, y es obligado un análisis como comienzo de una transformación que nos relacione e identifique con y en el entorno de manera alternativa. Por otro lado, continúa anclado el modelo heteronormativo de masculinidad, que al verse amenazado desde los valores de la modernidad, exige demostraciones de violencia para reivindicarse.

La lógica especista que está imbricada en cada una de nuestras convenciones para interpretar el mundo en el que vivimos hace muy difícil cambiar cualquier estructura de explotación. Porque el entendimiento de la realidad donde se normaliza la esclavitud de las granjas, la muerte en cadena de los mataderos, el dolor de los laboratorios o el desprecio al sufrimiento profundo que padecen los animales que viven en la naturaleza, esa lógica, subyace y cimienta los espectáculos criminales -como los que el Ayuntamiento de Zamora incluye en el programa de fiestas de la ciudad- donde cristalizan otras ideologías de sometimiento. Cualquier argumento en contra de la tauromaquia tiene un recorrido muy corto si no critica en el fondo todas las políticas de apropiación de los cuerpos de otres. Y al revés.

No es, por lo tanto, solamente cuestión de crueldad. Razones materiales, psicosociales, religiosas y políticas son necesarias para explicar una manifestación cultural cuyo final depende de la capacidad que tengamos para comprenderla a fondo.

El movimiento animalista está consiguiendo resignificar nuestras maneras de relacionarnos, y los análisis intersectoriales de la teoría y la antropología feministas evidencian que, para acabar con cualquier desigualdad social, es necesario atender a todas las formas de dominación.

Hasta hace poco aceptábamos que desde la tradición y la cultura se podía explicar y justificar todo, incluso las expresiones de violencia más radical, como la mutilación genital. Pero el ritmo de los cambios en los estudios antropológicos ha desmitificado los significados que se nos presentaban inalterables, y ha sacado a la luz el verdadero interés que oculta el empeño por mantener ciertas tradiciones. Un tesón que busca la continuidad de unos valores y relaciones concretas. Valores como el culto a la virilidad, la dominación, la violencia o la humillación ya no tienen lugar en una sociedad que muestra su inquietud por acercarse a una ética que reconoce los principios igualitarios y a los animales como sujetos con existencias propias y voluntad por vivirlas de acuerdo a sus intereses, sean estos los que sean. Y es que, como casi siempre, lo que verdaderamente ocurre es mucho más de lo que parece y de lo que nos quieren hacer ver.

Las tradiciones contra la vida, entre las que se encuentra la tauromaquia, encierran formas fósiles de comprender que son incompatibles con las nuevas realidades.