No va a haber marianismo sin Mariano. Con él se jubila un estilo salmeroniano basado en la interrelación del sofá, el puro y la política. Tanto Cospedal como Soraya Sáenz de Santamaría, que lo secundó en sus decisiones en cámara lenta y fue engañada como una pardilla en Cataluña, le deben el pasado pero tienen que buscarse un futuro incierto lejos del ángel caído. Rajoy hizo lo propio con Aznar, que lo señaló como sucesor.

De todos los líderes de la derecha el expresidente recientemente fulminado ha sido, por templado e inocuo, el que más ha congeniado con la izquierda que, en el fondo, jamás lo llegó a odiar como al resto. La posibilidad de que en adelante pueda granjearse antipatías de ese lado no existe, porque Rajoy con el partido fracturado y en síntomas claros de descomposición, no se le ocurrirá volver para nada. Ni siquiera a dar consejos.

Librarán la encarnizada disputa las dos mujeres que le deben la carrera. Ninguna de ellas ha recibido otra dote que esta; señalar a una, hubiera sido hacer de menos a otra. Y tanto Soraya como Cospedal fueron leales a su manera. Así que los afiliados tendrán que desempatar en la pugna más abierta por el liderazgo en la historia del Partido Popular. Pablo Casado sería la tercera vía y la solución idónea para sacudirse el polvo de los tiempos si no fuera por el incidente académico que aparentemente pesa sobre él como una losa. Ayer volvió a pedir juego limpio a las dos candidatas que, a su vez, prometieron mantener una comunicación fluida entre ellas. Se van a destruir.

El resto de los aspirantes están considerados simples comparsas. Rien ne va plus.