el otro día soñé que me hacían ministro de Cultura. Me asusté muchísimo. Me imaginé a mí mismo diciendo: "Queda inaugurada esta exposición cubista que con tanto amor hemos montado". O: "Bienvenidos a la convención trianual de escritores de relatos sobre lenguados a la plancha". Y me entraron sudores helados.

Llamé a mi asesor fiscal y le pedí que me defraudara. Me dijo que no, que él nunca iba a fallarme, que ya eran muchos años haciéndome la declaración. Le repliqué que no me había entendido, que me refería a que yo quería defraudar a Hacienda. No puedes, argumentó él muy seguro de sí mismo. Por qué, dije. Pues porque te van a nombrar ministro de Cultura. Colgué despavorido.

Entré en la página web del Ministerio a ver si seguía José Guirao, nombrado el jueves pasado en sustitución de Màxim Huerta. Seguía. Guirao no tenía ninguna mácula con Hacienda ni se había comido un niño crudo en su juventud ni había robado botes de crema ni falseaba su currículo ni había comido pollo con las manos en 1982.

Me puse a revisar mi pasado. Cuando llevaba un rato (revisar mi pasado lleva cada vez más tiempo) colegí que hacer eso, revisar mi pasado, era entrar al trapo, o sea, pensar que a lo mejor sí, que a lo mejor me nombraban. Yo no tenía que revisar nada. De hecho, utilizar el verbo colegir ya era un síntoma, sin duda, de mis ínfulas de cultureta, de mi pretensión ministerial, de confundir sueños con realidad.

Me senté frente a mí mismo, cosa que físicamente es imposible, pero ustedes ya me entienden, hablo metafóricamente. Y me lo dije clarito: mira, tú lo que siempre has querido ser es subsecretario, no ministro. Quedé algo aliviado. No crean que mucho. Me imaginé por un momento de subsecretario diciendo en un despacho de tonos minimalistas: "Ministro, que ya están aquí los miembros de la directiva de la Asociación para Preservar nuestras más Horribles Tradiciones, que vienen a por lo de la subvención y a hacerse un selfie". Y lo peor de todo es que casi oigo la voz del ministro diciendo: "Que pasen, que pasen, subse". Pero cómo que "subse". Que subse ni sube, oiga, que yo tengo un prestigio. Sí, sí, me replicó el ministro: "Pero todos sabemos que los diminutivos te pierden. Así que por eso empleo uno para referirme a ti. De hecho, los utilizabas mucho en algunos de tus artículos, verás como se entere la prensa. Defraudaste a mucha gente con aquello, más vale que no se sepa".

No supe dónde meterme. Cuando no sé dónde meterme no me meto en ningún lado. Y así pasa lo que pasa. Una vez no supe dónde meterme y me atropelló un coche. Me ingresaron en el hospital pero como soñé que era el director médico me di el alta. Llegué a casa magullado y cansado me acosté. Y entonces soñé que era el conductor que me atropellaba. Pero yo no sé conducir. Comprendí entonces que los sueños no conducen a nada. Defraudan.