Un año más se están celebrando las graduaciones de aquellos estudiantes que terminan sus estudios en los distintos niveles de docencia. En el caso de la Universidad de Salamanca y, más concretamente, de la Facultad de Ciencias Sociales, ayer sábado finalizamos este ritual que, aunque no es de ahora, ha supuesto una nueva revitalización y pujanza, no siempre bien entendido por quienes despotrican contra los sabores tradicionales. Quien escribe estas líneas ha tenido la suerte de asistir a numerosos actos de este tipo, bien como padrino de más de una docena de promociones de estudiantes de Trabajo Social o por la responsabilidad y el cargo que ocupo en estos momentos como Decano de la Facultad. En uno y otro caso siempre me he encontrado agradecido y, en muchas más ocasiones de lo que pudiera parecer, hasta emocionado al ver las caras no solo de los graduados y graduadas, mayoritariamente chicas en la rama de las ciencias sociales, sino de sus familiares (padres, abuelos, hermanos, amigos, conocidos, etc.).

No sé si ustedes han estado en actos similares. Y no sé si compartirán conmigo que son rituales que encandilan a casi todo el mundo. Lo digo porque, al fin y al cabo, una graduación universitaria es un día especial para todos los que han vivido de cerca la formación de alumnos y alumnas. Pero sobre todo es una jornada muy emotiva para los padres, que han invertido sus energías, ahorros y esfuerzos personales en los hijos, que han alcanzado y superado una etapa más de la vida. Yo creo, sin embargo, que una graduación es eso y, al mismo tiempo, una oportunidad para hacer balance del tiempo transcurrido desde el ingreso en la Universidad y, ¡quién lo iba a decir!, para empezar a labrar el futuro más inmediato, ese territorio incógnito y desconocido que, como escuchaba ayer en uno de los discursos, es necesario cimentar con tesón, esfuerzo, dedicación y constancia, mimbres imprescindibles para construir la vida personal que todos tenemos por delante, indistintamente del lugar de residencia o del trabajo que estemos desempeñando.

Por estas razones una graduación universitaria es mucho más que un ritual. Es también un momento muy especial para hacer balance, para sentarse en mitad del camino a reflexionar y ver en qué he fallado o en qué he sido un ejemplo para los demás, para sacar pecho de los éxitos alcanzados hasta la actualidad y, al mismo tiempo, ser lo suficientemente generoso para agradecer la complicidad de quienes han estado a nuestro lado, compartiendo el camino recorrido, y proseguir la ruta, aunque a veces los problemas y las piedras asomen en nuestro trayecto con mucha más frecuencia de la deseada. En resumen, una graduación es una oportunidad para imaginar ese futuro que es mucho más que una página en blanco. Un futuro que debe escribirse y colorearse todos los días. Ahora bien, no olviden que el contenido puede ser uno u otro y que no sólo dependerá de nuestros buenos deseos sino también de las circunstancias personales, familiares o sociales. Por eso construir el futuro es uno de los desafíos más importantes que todos tenemos por delante.