No nos conviene dejar en el baúl de los recuerdos la última exhortación apostólica del papa Francisco. El tiempo de verano (que nunca debe ser tiempo de "vacaciones con Dios") es un tiempo excelente para dejar resonar, en esos momentos de encuentro con uno mismo, la llamada a la santidad en nuestro actual contexto social y cultural. No tanto la santidad heroica de quienes están en los altares de nuestros templos sino esa otra santidad más cotidiana de quienes crían con amor a sus hijos, trabajan con el sudor de su frente para llevar el pan a casa o de aquellos otros, ya ancianos, que saben sonreír en medio de la soledad o la enfermedad de su avanzada edad. No podemos conformarnos con el no matar, no robar o no meterse con nadie del Antiguo Testamento, como si así ya tuviéramos todo hecho. Se nos invita a volar más alto viviendo el programa de vida que nos dejó Cristo en las bienaventuranzas, si de verdad queremos ser auténticamente felices en esta vida y alcanzar la plenitud en la venidera.

No sobra un número ni una línea en estos cinco capítulos que conforman la última entrega magisterial del Papa. Pero si obligatoriamente tuviera que hacer algunos subrayados de "Alegraos y regocijaos" empezaría por el del camino de la humildad (n.º 118) y del imprescindible buen humor (n.º 122). Seguiría por la llamada a la audacia (n.º 135), sobre todo cuando explica que "Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras. Nos lleva allí donde está la humanidad más herida y donde los seres humanos, por debajo de la apariencia de la superficialidad y el conformismo, siguen buscando la respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. ¡Dios no tiene miedo! ¡No tiene miedo! Él va siempre más allá de nuestros esquemas y no le teme a las periferias. Él mismo se hizo periferia (?). La Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante".

Por otra parte, estando hoy de moda negar la existencia del diablo, incluso dentro de las propias filas eclesiásticas, se hace recomendable la parte dedicada a combatir contra "el Malo" (n.º 158). Muy jesuitica e imprescindible igualmente la parte dedicada al discernimiento (n.º 175), no como introspección egoísta, sino como "verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos".