La política es una de las dimensiones más apasionantes de la vida social. Todos somos políticos por naturaleza, aunque algunas personas despotriquen contra este escribiente y piensen que me he vuelto loco. Cualquier lector avispado y, por supuesto, los expertos en el análisis social saben que la política no solo está relacionada con la actividad de los ciudadanos cuando intervienen en los asuntos públicos con su opinión, con su voto o con una protesta. La política se refiere también a cómo se distribuye el poder en la sociedad, quiénes mandan y quiénes obedecen, cómo se establecen y por parte de quién las prioridades de la sociedad y cómo se toman las decisiones que afectan a las personas de carne y hueso, como usted y yo. Pero incluso va más allá y así, cuando se toman decisiones en ámbitos más reducidos y aparentemente alejados de la política, como en el hogar, las comunidades de vecinos o en empresas, organizaciones y entidades sociales, la dimensión política aparece con toda claridad.

Por eso es tan importante conocer quién tiene la capacidad de tomar decisiones que afectan a los demás, no solo en los ámbitos que identificamos de manera reducida y restringida con la política, como cuando pensamos en el Gobierno de turno (europeo, nacional, regional o local) o en el Parlamento, sino en cualquier espacio donde se toman las decisiones que nos afectan como personas. En este contexto, es muy importante también conocer y saber interpretar los gestos, los rituales y las ceremonias que explican muchas de esas resoluciones. De ahí que en la nueva etapa política que estamos viviendo en este país se haya destacado la presencia de 11 mujeres frente a 7 hombres en la mesa del Consejo de ministras y de ministros, como muy bien se han encargado de remarcar no solo las mujeres del nuevo Gobierno de Pedro Sánchez sino muchos expertos en el análisis de la comunicación política. Los gestos forman parte también de los discursos y del mensaje que alguien, en este caso el presidente socialista, quiere transmitir a la sociedad.

Todo el mundo lo ha entendido y prácticamente nadie, en un momento en que la sensibilidad hacia los problemas de las mujeres está a flor de piel, se atreve a despotricar, al menos públicamente, contra una decisión que ha dado la vuelta al mundo y que ha servido para que España se haya convertido de nuevo en referencia, al menos simbólicamente, en la lucha contra la discriminación de género. Si hace pocos años fuimos pioneros en reconocer nuevos derechos sociales y poner en marcha leyes contra la desigualdad social, ahora volvemos a recibir un mensaje a favor de la meritocracia en forma de un grupo significativo de mujeres que sentadas alrededor de una mesa en el Palacio de la Moncloa van a tener que decidir sobre nuestras vidas. No será fácil porque una cosa es predicar y otra dar trigo. En cualquier caso, bienvenidos sean los gestos en favor de la igualdad entre los géneros, que es tanto como decir que bienvenidas sean las decisiones que derrumben las relaciones de privilegio que no se justifiquen en el mérito o el esfuerzo personal y colectivo.