Rajoy, que tiene perfil y maneras de antihéroe, ha sido despedido por los suyos como un héroe. Significa que han hecho una mala lectura del personaje y de sí mismos. Deberían haberse desprendido de él aplicándole la Reforma Laboral, incluso la Ley Mordaza. En cambio, lo han dejado escapar como si desapareciera un mito, un titán, un ídolo, un semidiós. Ha huido astutamente por la portilla de la literatura barata en vez de salir por la puerta de la política decente. Daba pánico ver llorar a hombres y mujeres como castillos y castillas, aunque las lágrimas fueran más falsas que los billetes del Monopoly. Las lágrimas se llevan bastante mal con la Historia, incluso con la historia de la pena, Ignorábamos que en el PP hubiera tantos plañideros y plañideras. En otras palabras: que nos han montado un número que a usted y a mí, sensibles como somos, nos llega al corazón. Cuando te llegan al corazón asuntos que detestas con la mente, es que tienes una confusión narrativa de proporciones épicas. Se lo digo a mis alumnos del taller de escritura: si disfrutas de una novela de la que deberías abominar, hazte la autocrítica del gusto.

Fraga Iribarne, uno de los políticos más crueles de nuestra historia, lloraba todo el rato. La gente que llora en público tiene su peligro. Recuerden las lágrimas de Ignacio González al tomar posesión de la presidencia de la comunidad de Madrid. Lloraba de gratitud hacia Esperanza Aguirre, que a su vez también soltó unas lágrimas en su despedida. Ya ven qué ejemplos nos vienen a la memoria. Gente que llora. Sería un buen título para un libro de cuentos. Gente que llama a la puerta, se titulaba una novela de Patricia Highsmith que nos ha venido a la memoria por asociación de ideas. Gente que viene y Bah, se titula también un libro de Laura Norton, a la que no tengo es gusto ni el disgusto de conocer, pero la frase es ingeniosa, tiene intención. Los políticos son gente que viene y bah, con frecuencia entre llantos aparentes.

Las víctimas de las políticas económicas y laborales y policiales de Rajoy permanecíamos perplejas frente a la tele. No entendíamos por qué se reían antes ni por qué lloraban ahora. De modo que cambiamos de canal y fue peor el remedio que la enfermedad porque tropezamos con la momia de Aznar.