Esa es la frase que resume los recados que están saliendo de boca de los portavoces del PP, ya sean nacionales, regionales o locales: "después de nosotros el caos". Pero se da la circunstancia que el caos ya estaba afincado en España desde hacía tiempo, porque mientras los separatistas apretaban, los jóvenes seguían abandonando el país en busca de trabajo, los jubilados se rebelaban y las mujeres exigían más protección. Y en tanto eso sucedía, cuando parecía que la cosa se iba calmando, surgía un nuevo caso de corrupción que hacía que la indignación fuera en aumento. De manera que el caos ya estaba afincado en España hacía años, sin que sus protagonistas fueran capaces de aceptarlo.

Ahora, con el cambio de gobierno, no se sabe lo que va a pasar, ni si los que acaban de llegar van a ser capaces de mejorar la situación. La verdad es que lo tienen, si no imposible, al menos bastante difícil, porque ni el propio PSOE, ni ninguno de los partidos que le han apoyado, apunta maneras; ninguno dispone de la suficiente mayoría; ninguno transmite confianza suficiente; ninguno hace el más mínimo esfuerzo por aparentar que defiende los intereses del conjunto de los españoles; ningún líder se parece en nada a un hombre de estado. Y aunque ya estemos acostumbrados a ello, no quiere decir que eso satisfaga, que guste a la gente que está lo suficientemente cansada de ser manipulada en función de los intereses de terceros, ya sean éstos personales o partidistas.

De manera que el clima que se respira no ayuda a abonar el huerto de la esperanza porque al que más y al que menos se le ve descaradamente el plumero, por mucho que trate de disimular con harina sus garras de lobo.

Pero la soberbia es así, los que ganan no son capaces de contener su avaricia, y actúan como aquel personaje de Moliere, y los que pierden no se resignan a ocupar el puesto que se han ganado a pulso, fruto de su deficiente gestión y de sus continuos escándalos. Y es que ninguno de ellos ha debido leer aquel Romance de Doña Alda que, entre otras cosas, decía "todas visten un vestido / todas calzan un calzar / todas comen a una mesa / todas comían de un pan", sino que cada uno trata de hacer la guerra por su cuenta.

Pero, aunque esta versión sea pesimista, quedan por ahí algunos optimistas que llegan a ver el futuro de otra manera. De hecho, conozco a una de esas criaturas que está convencida que todo va a ir estupendamente. Su argumentación es la siguiente: Partidos como PP y C´s, a los que se les ha llenado la boca de presumir de patriotismo, no tendrán inconveniente en apoyar al nuevo gobierno en todo lo que se refiere a los grandes problemas de estado, como el terrorismo, el independentismo y los presupuestos generales del estado.

Partidos que dicen defender los derechos de los menos favorecidos, como Podemos, IU, Compromís y Nueva Canarias, estarán dispuestos también a ayudar al gobierno, cuando tenga que aprobar temas de alcance social.

Y así sucesivamente. De manera que unas veces con los votos de unos y otras con los de otros, los temas irán saliendo adelante como si tal cosa. Y es que el optimista no puede imaginarse que exista un solo partido que vaya a practicar movimientos espurios, o que intente pretender colocarse en el machito.

Según la teoría del optimista, ningún militante de ningún partido, se encuentra en estos días interesado en esos, casi, 2000 cargos de confianza, nombrados a dedo, que cambian de destinatario cada vez que se nombra un nuevo Gobierno. Que nadie está medrando para hacerse con alguno de ellos.

Y es que los que viven en el país que pintan los optimistas se puede aspirar a ser más feliz, lejos de la oscuridad de un túnel, sordos a las amenazas de caos.