Rajoy. El expresidente del Gobierno se ha ido como nunca había imaginado, tras una moción de censura, la primera que ha triunfado en la democracia, dejando varias imágenes que recogerán los libros de historia. La más significativa: un bolso en el escaño vacío del presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados mientras que en el estrado de oradores se iban sucediendo las intervenciones de los distintos líderes políticos. El escaño vacío y el bolso que lo ocupaba no solo representaban la ausencia, el desinterés y el menosprecio de Rajoy por la escucha de los demás. Era la representación del final de una época y de un modo de hacer política que, por el bien de la salud democrática de este país, debe pasar cuanto antes. Pero no ha sido la única. Otras imágenes pasarán a la historia por la agresividad dialéctica de algunos dirigentes políticos del PP contra lo que ha de venir. Declaraciones inquietantes que auguran una nueva etapa política dura, bronca y con sobresaltos. Y si no, tiempo al tiempo.

Sánchez. El nuevo presidente del Gobierno llega al Palacio de la Moncloa mucho antes de lo que él pensaba. Las condiciones han sido favorables y tienen mucho más que ver con las debilidades y los problemas de la casa de enfrente que con las virtudes que puedan reinar en la propia. La sentencia de la Audiencia Nacional sobre el caso Gürtel y los últimos acontecimientos judiciales que han salpicado a exdirigentes del PP con mucho renombre y caché se lo han puesto en bandeja. El viaje que emprende Sánchez y quienes le acompañan en esta aventura no será fácil. Las piedras en el camino que tendrá que sortear y los rayos y centellas que deberá soportar harán que el nuevo tiempo político se convierta en una escuela de aprendizaje y en un reto para todos, teniendo que acostumbrarnos a convivir con nuevos rostros, lenguajes y discursos. Nadie sabe cómo funcionará el invento y si la maquinaria que ahora empieza a moverse necesitará cambios mucho antes de lo imaginado. Por el bien de todos, habrá que estar vigilantes. Es nuestra responsabilidad.

Zidane. El entrenador del Real Madrid que ha protagonizado los éxitos más recientes en el club blanco ha dicho adiós. Se ha ido sin rechistar, como aparentemente es él, dejando en la orfandad más absoluta a los aficionados de un club que forma parte de la historia de España. Se ha ido como un caballero, cuando estaba en la cumbre del éxito profesional, en plena fiebre festiva por la última copa europea que aterriza en las vitrinas del Santiago Bernabéu. Que lo reconozca un atlético, un colchonero y un sufridor como yo no es fácil. Los sentimientos irracionales de quienes somos aficionados a un deporte que levanta tantas pasiones impiden mucha veces reconocer en los contrarios cualidades, habilidades y actitudes que, analizadas fríamente, deben valorarse. Como en este caso. Zidane, al menos para mí, ha sido un ejemplo a la hora de despedirse. Dejar el timón de un barco cuando nadie se lo había pedido dice mucho del personaje. Si tal vez otros hubieran hecho lo mismo en otros ámbitos no estaríamos donde estamos. Ya saben de qué hablo.