Muy queridos hermanos: Con el deseo ferviente de adentrarnos, saborear y mostrar públicamente la Eucaristía, los católicos celebramos la Solemnidad del Corpus Christi a la que está unida el Día de la Caridad, ya que en el Sacramento del Cuerpo del Señor se hace presente el amor entregado del Hijo de Dios, que ofreció toda su persona para rescatarnos, liberarnos y vivificarnos. Por ello, en este día, tan relevante y tan apreciado para los creyentes en Cristo, volvemos a redescubrir el gran significado de la Eucaristía para nuestro itinerario cotidiano como discípulos del Señor que nos ha enseñado y acercado el amor misericordioso de Dios Padre hacia todos sus hijos, y como testigos audaces de Aquel que vivió sembrando su amor.

Nos corresponde en esta fiesta, tan genuinamente católica, celebrar, llenos de fe, admiración y gratitud hacia el Señor Jesús, el banquete sacramental que nos ha confiado a sus seguidores, en el cual renueva continuadamente su ofrenda pascual con la que nos redimió. A la vez, los cristianos hemos de seguir ejercitando nuestra adoración al Señor sacramentado en medio de las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades, como una expresión social del mejor don divino que nos ha sido dado y como una invitación palpable a que todos lo acojan.

Como se afirma en el mensaje episcopal para este Día, la Eucaristía es un "misterio de amor renovador y transformador", esto supone que genera un "compromiso que sea liberador, que contribuya a mejorar el mundo y que impulse a todos los bautizados a vivir la caridad en las relaciones con los hermanos y en la transformación de las estructuras sociales". Por ello, se nos invita a recuperar el sentido y la vigencia de vivir comprometidos, ya que esta opción personal por la que nos preocupamos a favor de los débiles, olvidados y descartados, constituye "la más noble expresión de nuestra dignidad, responsabilidad y solidaridad".

Los cristianos comprendemos y asumimos el compromiso caritativo y social, que ha de caracterizar continuadamente nuestra existencia, escuchando la palabra, mirando el ejemplo y procurando asemejarnos al modo de vivir de Cristo, ya que Él se ha encarnado en nuestra frágil condición humana y se ha desvivido sirviendo amorosamente a cuantos acudían a su presencia. Por lo cual, el Señor nos estimula, interpela y envía en medio del mundo para que ejercitemos este compromiso que puede concretarse hoy en estas expresiones:

1.- "Vivir con los ojos y el corazón abiertos a los que sufren". Esto supone conocer y sentir como propios "todo el dolor, pobreza, marginación y exclusión que hay junto a nosotros".

2.- "Cultivar un corazón compasivo". Lo cual conlleva no quedarnos bloqueados ante la abundancia de los problemas sociales, que nos lleva a encerrarnos en la indiferencia y el individualismo. Sino que la fe en el Señor entregado por nosotros nos mueve a cultivar la compasión y la misericordia, "que como son la protesta silenciosa contra el sufrimiento y el paso imprescindible para la solidaridad".

3.- "Ser sujeto comunitario y transformador". Los cristianos hemos de dedicarnos a transformar la sociedad y el mundo según el proyecto del Reino de Dios, lo cual "sólo es posible desde un compromiso comunitario, vivido como vocación al servicio de los demás". Así nuestras comunidades cristianas han de caracterizarse por ser "capaces de compartir y poner al servicio de los hermanos los bienes materiales, el tiempo, el trabajo, la disponibilidad y la propia existencia". Esto significa colocar a cada persona en el centro.

Para que estos compromisos no queden en palabras utópicas y grandes deseos en nuestra misma Iglesia ha nacido y existe con una vida bien florecida: Cáritas Diocesana, la cual ejercita de modo organizado y multiforme la caridad a la que Cristo nos sigue urgiendo. Gracias al testimonio cotidiano de nuestra Cáritas descubrimos que la caridad contiene una fuerza transformadora de las personas, las situaciones sociales y el conjunto de la sociedad. A la vez nos muestra que la acción caritativa no es mera asistencia, sino que la caridad ofrece "los gestos más simples y cotidianos de la solidaridad, promueve el desarrollo integral de los pobres y coopera a la solución de las causas estructurales de la pobreza". Es decir, que: "nuestra caridad no es meramente paliativa, debe ser preventiva, curativa y propositiva".

Como podemos percibir minusvalorar la Eucaristía conlleva devaluar nuestra vocación y nuestro compromiso social y caritativo, por ello el Corpus Christi nos impele a reforzar y acrecentar la implicación de todos los católicos zamoranos con nuestra Cáritas.

Los diversos programas, los variados centros, las múltiples actividades, y, sobre todo, cada una de las muchas personas a quienes acoge, escucha, forma y ayuda, son un reclamo para que pongamos nuestro ser, tener y sentir en bien de Cáritas, procurando que se vaya extendiendo cada vez más a través del crecimiento de las Cáritas parroquiales y arciprestales. Para que este compromiso no quede reducido sólo unos pocos, debemos seguir cultivando el voluntariado caritativo y social, al cual deben sentirse llamados, también, los miembros de nuestras asociaciones, cofradías y movimientos, como un campo lleno de posibilidades donde entregar sus mejores cualidades, ejercitando así su compromiso cristiano, tantas veces olvidado.

Con mi agradecimiento por vuestro compromiso con Cáritas, os doy mi bendición.