P arecía tan claro que Pablo Iglesias detestaría los chalés serranos de las películas de Ozores que esa hipoteca por 30 años era como el pasaporte a la normalidad que los podemistas siempre han defendido. "Nosotros somos los españoles normales y los antisistema son los bancos y los partidos corruptos".

El chalé es para estar cerca del colegio de los niños, dijeron. Como tantas parejas, usaron a los hijos como escudos humanos. "Por un hijo, lo que sea". Pues, no; "lo que sea, no" es de lo primero que hay que enseñar a los hijos. "Tengo hijos que criar", disuade de insistir al esquirol que no piensa en criarlos en un mundo mejor. "Por mi hija, mato", dicen quienes son incapaces de cosas más sencillas como educarlas o más meritorias como dejar la cocaína.

El chalé de los Iglesias-Montero se compró por el chalé, después de valorar cosas más valiosas que la hipoteca. El chalé o Iglesias es un dilema político tan mezquino y tan idiota que, visceralmente, invita a prescindir de Iglesias. Que no haya sido así enseña que la militancia podemita es más posibilista de lo que parece y que da menos importancia a los chalés que su líder. También enseña algo común al resto de los partidos: lo que más valora la militancia es a su líder.

En el otro extremo de la movilización por la vivienda privada de su líder está el PP, que no se mueve cuando lo condenan civilmente y castigan penalmente a un tropel de directivos en distintas regiones, instancias y casos por el abanico de delitos asociados a la corrupción. ¿Hay alguna organización, después de ETA, con tantos miembros en la cárcel? La corrupción política tiene un centenar de presos en España. Ningún partido tiene tantas figuras como el PP, al PP no le pasa nada y a su gobierno, tampoco.