Desde que la felicidad se contempla con los teléfonos, parecemos felices. ¿Pero realmente lo somos?

La tendencia arrastra hacia sí la esencia de cada persona, en apariencia somos felices. Pero pienso, que poco a poco, disminuye la sensación de ser nosotros mismos. Lo externo importa más que lo interno, las ilusiones tienen más valor que las certezas y las convicciones menos intensidad que la verbigracia.

A veces le presento ciertos pensamientos al silencio y nos quedamos horas hablando. La tristeza y la melancolía nacen de la misma raíz, que nadie se moleste en arrancarla... Ya, ya lo sé que la tristeza es más modesta que la alegría, pero la una le da fuerza a la otra y la felicidad siempre se lleva el mérito. ¡Vaya! ¿Me permiten hablar de tristeza?. Gracias. Es la elocuencia del sentir, los poetas no extinguen el matrimonio con tan adorada dama, saben que la felicidad que habla no es felicidad y la tristeza que habla es soneto. Dentro de cada humano hay un pensador. El pensamiento se pulimenta con el conocimiento, con los libros generamos una corriente intelectual, pero carece del caudal que tiene el instinto.

El instinto es tosco, comparado con la educación y el conocimiento, pero en la naturaleza primitiva también hay pensamiento. El sólo hecho de contradecir, ya es pensar. Hay un tipo de pensamiento, humilde opinión, que no ordena ni clasifica, un pensamiento que va unido a la vida, un pensamiento bruto, que se manifiesta a través del instinto. Los niños no tienen castrado el instinto por la educación, encarnan la pureza y son reflexión ininterrumpida.

Ayer por la tarde, contemplando el ingenio de unos niños, escuché de fondo: "Hijo, no piensas". Uno de los niños estaba examinando la vida a través de un vaso, para despejar la visión primero tiró el contenido y cuando se cansó tiró el vaso... Me quedé enrocada en la afirmación de la madre, y con el agua que el niño volcó he confeccionado la siguiente reflexión... Ciertos pensamientos necesitan del instinto, no hablan, no tropiezan con la prudencia, son silencio sencillo y fijan la atención en el fino pelo de un querubín.

Al usar el término "ridículo", la mayoría de las veces, cometemos una impropiedad. El traductor de la palabra es el yo, la terminología es la que es, pero la definición exacta la hace el inconsciente.

En la mayoría de procesos anímicos está presente el miedo...

¿Tenemos miedo a hacer el ridículo?

Observo algo común en los genios, no tienen en cuenta nada, la dinámica de su vida no es restrictiva y la intensidad es la llave maestra que abre el camino de su existencia. Las ideas mueren junto al miedo, sobre ellas recae el peso de lo políticamente correcto, de ser fuerza motivadora pasan a ser fuerza represora, en menos que canta un gallo...

Los payasos hallan en lo incomprensible la sabiduría. El ridículo, opinión subjetiva, está ligado a la inteligencia. El hombre que vive sin miedo a hacer el ridículo concentra su atención en la nada. No necesita mirar la realidad con atención, en lo absurdo se halla la fuente de la serenidad y lo absurdo adquiere eficacia cuando se deja de tener miedo a hacer el ridículo.

Reposo en tu orilla atrapada por tu grandeza, te hablo con espontaneidad de deseos, algunos pertenecen al acerbo común, otros son propios. Amaneces con reflexiones; compañeras orgullosas de la paciencia y la impaciencia. Eres y serás la espuela de mi corazón, el canto sereno del gorrión que al caer el día, levanta los ojos con nostalgia . Eres el beso entregado y la pasión; eres...

Me dejo llevar por la inspiración y en la intimidad siento la necesidad de abrazarte, mirarte, de arrojarme al caudal del anhelo y la brisa sedante del deseo.

Si algún día te desbordas lo haré contigo; si vienes seco, con mis besos humedeceré tu fondo. ¿Sabes? Es un suplicio mirarte y no poderte tocar: estás lejano. Acepto las estaciones de la vida y la luz muerta del tiempo.

Sí, Duero las últimas palabras del artículo, te las susurro al oído, junto al Puente de Piedra.