Esa fue la 'amable' contestación que una recia doctora del Complejo Asistencial dedicó a una señora operada de una difícil fractura per-subtrocanterea de fémur derecho que la tuvo cuatro largos meses inmovilizada. La "última intentona" consistía en enviarle a casa a un fisioterapeuta. La primera "intentona" se había llevado a cabo meses atrás, durante veinte días que no dan para mucho. Esta última "intentona" era la segunda, pero la recia doctora debió considerar que como se trataba de una señora mayor, que saliera el sol por donde quisiera, menos por la movilidad de la buena mujer que ha puesto toda la carne en el asador para que esos nuevos veinte días de la "última intentona", le permitieran ponerse en pie y andar.

Odio a los médicos "san dios" y esta señora lo es en grado sumo. Un poco más de humanidad, un poco de afecto aunque sea aparente no estaría mal sobre todo cuando se trata de personas mayores que las han pasado canutas, que son aquellas con las que gobiernos, sanidad y sociedad se deben volcar porque, a pesar de haber alcanzado la categoría de pensionistas, siguen con su pensión a veces exigua, tapando agujeros familiares por doquier y permitiendo que la sanidad pública exista.

Un médico no puede estar por encima del bien y del mal. Un médico tiene que ser humano. De nada les sirve la sabiduría y la experiencia adquiridas si les falta lo fundamental. Y cuando les falta lo fundamental, en medio de su soberbia es muy fácil que pierdan incluso la dignidad. Me encantan esos médicos afables, que no dejan nada al albur, que dan una y mil oportunidades porque lo que les importa en verdad es la salud y la vida de sus pacientes aunque tengan cien años. De estos últimos hay un buen número en el Hospital, con nombres y apellidos, con rostros verdaderamente humanos como San Pablo bendito. Pero, desgraciadamente, también de los otros. Lo más doloroso es que una mujer médico sea el detonante de esta denuncia.

Benditos sean los médicos bondadosos y cercanos. Esos para los que sus pacientes no son un número y los llaman por su nombre, y les dedican una sonrisa cuando les ven cruzar el umbral de sus consultas, y les dan la mano o un beso y se preocupan por el día a día del paciente y se muestran siempre dispuestos y están a lo que tienen que estar, a recuperar o mantener la salud y el bienestar de su paciente. Ciertas reciedumbres hay que dejarlas en casa, doctora. No sé dónde dejan algunos galenos los objetivos y principios del juramento hipocrático. Si es que lo hacen, claro.

Es como aquel médico nefrólogo de cuyo nombre no quiero ni acordarme, catedrático de la Universidad de Salamanca ya retirado, hombre poseído de sí mismo, apegado a su ego, maleducado donde yo los haya visto, que creyéndose en posesión de la verdad se permitió en un foro insultar a aquellos de sus compañeros que no tienen su misma especialidad, llamándoles "chamanes".