Me pide mi buen amigo Octavio que redacte unas líneas sobre su persona y, especialmente, en lo que atañe a su relación con Zamora. Es una tarea que confieso que me resulta muy grata, no solo por la amistad que me une a él, sino también por los buenos ratos que hemos compartido y sobre todo por el profundo respeto que le guardo.

Nace Octavio en 1945, en un pueblecito del norte de Zamora, en tierra de nadie, entre los Valles del Tera y Vidríales y la Carballeda, llamado Brime de Sog, bendito por sus viñas y sus pozos artesanos. Sus vinos son cálidos y deliciosos al paladar. El agua en Brime es una auténtica bendición, aflora a raudales sin necesidad de artilugios como cigüeñales y norias por un simple tubo de hierro. De modo que el pueblo abunda en lo que allí llamamos "pozas", grandes charcas que le dan un sorprendente aspecto lacustre.

Yo nací en San Pedro de Ceque, a tres kilómetros escasos de Brime, de donde es mi padre y toda su familia, y por ello mi infancia transcurrió a caballo entre los dos pueblos. Desde entonces conozco a Octavio. ¿Te acuerdas?, en alguna ocasión fuimos a la escuela juntos, me llevas un mes. Un recuerdo imborrable de aquella temprana época son las letras góticas que nos enseñaba a dibujar el maestro. A ti y a mí no se nos daba muy bien, pero nuestro común amigo Antonio Barrón era un auténtico artista.

También recuerdo aquellas alborozadas incursiones por "Carricueva" a la búsqueda de nidos y lagartos. Pero lo que ha quedado grabado en mi memoria con caracteres indelebles son aquellos momentos en que nos juntábamos en la alameda a contar cuentos. Ahí tú eras un experto. Nos tenías en vilo con inverosímiles relatos truculentos de ogros y brujas, y serpientes que al dispararles se convertían en polvo para no dejar rastro. Ya apuntabas maneras de poeta.

Después, 11-12 años, llegó lo inevitable: la temida diáspora. Tú a los Agustinos, yo a los de la Salle. No había otra opción, decían nuestros padres, si queríamos apartarnos del arado y de la hoz. La verdad es que nuestros padres acertaron. Fue muy duro, pero también una magnífica oportunidad que encauzó nuestras vidas por derroteros insospechados.

Nos reencontramos, ¿10 años más tarde?, soy torpe para las fechas, en el Escorial, fachada del medio día, Jardín de los Frailes. Conservo, como oro en paño, fotos de aquel augusto momento. Y cómo no, nos las hizo Antonio Barrón, mi inseparable amigo, que tanto me ayudó en aquellos duros tiempos de pensión, trabajo y estudio.

También de ese día guardo un recuerdo imborrable. Yo andaría por COL). Tuvimos tú y yo una conversación que sin darnos cuenta derivó en la filosofía, concretamente en la alemana del siglo XIX. Me dejó fascinado tu conocimiento de esta materia. Citabas con una erudita displicencia a Kant, Hegel, Husserl, Schopenhauer... Te revelo un secreto: me cayó en el examen final. Aproveche todas tus explicaciones. Saqué muy buena nota.

Ya mucho tiempo después, seguimos manteniendo la amistad, aunque, bien a nuestro pesar, a distancia. Pero lo que ambos conservamos de manera inmarcesible es nuestra pasión por la tierra, por ZAMORA, yo viviendo en ella, él dedicándole mimo y cariño en sus poemas. Zamora, Toro, Sanabria, el Duero, el Tera..., son motivos recurrentes en sus poemas. Los ensalza o los lamenta, o le duelen, o los añora, siempre con sentimiento profundo y sincero.

Debo terminar este breve y sentido comentario citando algunas actuaciones oficiales que muestran de forma meridiana el amor por Zamora de Octavio.

Pregonero de la fiesta del Toro Enmaromado de Benavente, de la fiesta de Las Victorias de Puebla, de la Feria del Ajo y de la Cerámica de Zamora, de la Semana Santa, en Zamora, en el Ateneo de Madrid y en la Casa de Zamora en Madrid... Concluyo señalando que ha presentado varios libros en Zamora y que es miembro reconocido e ilustre del Instituto de Estudios Zamoranos "Florián d'Ocampo. Sus méritos son, naturalmente mucho más numerosos.