D eberíamos recelar de las ventanas, que son transparentes, pero no de fiar. Las unen, como hermanas, a las puertas, pero tienen diferencias esenciales. Las puertas crean interiores; las ventanas recrean exteriores. Las puertas se mueven en un mundo horizontal; las ventanas, en uno vertical. Las puertas se usan para entrar y salir mientras que es ilegal salir y entrar por la ventana, sea escalo de ladrón, sea suicidio.

Sin embargo, unimos puertas y ventanas mucho más allá de lo meramente constructivo al decir que "cuando el dinero no entra por la puerta, el amor sale por la ventana" y al reír comedietas en las que el marido entra por la puerta y el amante sale por la ventana.

Se cuenta que el mayor peligro que corre una mujer es emparejarse con un hombre, pero las webs enseñan que no es desdeñable el que corren cuando limpian los cristales. He aquí otra disimilitud sexista: pensamos en profesionales de limpiar cristales y vemos hombres con funda de trabajo y arnés en la fachada. Pensamos en aficionados y vemos mujeres en bata y chanclas, encaramadas al vacío.

Las puertas pertenecen al mundo sólido del suelo firme y las ventanas, al etéreo del aire libre. Cuando se estropea la cerradura o se pierden las llaves siempre hay un hombre -sexismo- que se empeña en entrar por la ventana. Se tiene la vida por el bien más caro, pero se actúa como si valiera menos que un cerrajero. Ayuda a eso que los cerrajeros son tan caros que ni su vigilia de 24 horas ni su salida hasta el lugar de trabajo ni su intervención justifican lo que cobran, pero consuela pensar que ahorran esa vida que trepa a la ventana. Las ventanas y las puertas hay que dejarlas a los profesionales, pero los cerrajeros serían más transparentes, y baratos, si compitieran en precio.