Tampoco que es que hablen bien del capitalismo ni sus máximos defensores. Lo defienden al estilo de cómo se defiende la democracia: el menos malo de los sistemas conocidos. O sea, entusiasmo cero, a la hora de defender tanto la una como el otro. Al capitalismo le pasa como a la práctica totalidad de las ideologías; es maravilloso en sus planteamientos teóricos e infernal en sus aplicaciones prácticas. En el fondo del fondo ni los banqueros, que son sus sumos sacerdotes, creen en el capitalismo propiamente dicho. Solo hay que ver el tesón con el que han ido acabando con la competencia bancaria, clave de bóveda de este sistema económico. ¿Se acuerdan cuando, no hace tanto, se hablaba de los siete grandes de la banca española? Pues quedan dos. Y por el camino se han quedado también las cajas, que llegaron a mover, ojo, la mitad del sistema financiero español. Y cayeron de paso un sin fin de bancos más pequeños.

La competencia es buenísima en teoría, pero a ver quién la quiere para su negocio. El capitalismo entró en un momento dulce, de euforia, triunfo y ausencia de contrapesos, cuando cayó el "telón de acero", cuando se desplomó la vieja URSS y sus "satélites". Ahí perdió sus miedos a pasarse. Ya no existía el peligro de revoluciones que llevaran a las masas a un sistema económico competidor en el que las élites quedasen arrasadas. Así que se echó a perder del todo. Y recupera, con apenas disimulo, fórmulas laborales lindantes con la esclavitud. O elimina competencia en todos los ámbitos, con las concentraciones que va dejando duopolios en todos los sectores estratégicos. (Lo del duopolio -dos grandes empresas en banca, en energía, en tv, etc- es el mínimo posible, ya que una sola demostraría la ausencia absoluta de competencia y por tanto de mercado). O crea poderes ajenos a las urnas que estrechan hasta la caricatura la autonomía del poder político que debe definir las democracias.

El gran problema de un capitalismo sin freno ni complejos es que se transforma en otra cosa. Sin competencia real no hay mercado regulador. Sin poder político autónomo tampoco existe capacidad suficiente para poner orden y evitar sus peores excesos. Y el mundo se transforma en lo que vamos viendo: un enorme caos regido por una ley de la selva destructiva e incontrolable. Ahí entran los amiguetes. En un sistema tan desbocado la forma óptima para "triunfar" no es ya la calidad de tu trabajo o la audacia o la visión para los negocios; ni siquiera la suerte. En un sistema así, la clave son los contactos, las amistades y los enchufes. O sea, lo que se viene llamando "capitalismo de amiguetes". Ya saben, lo de hoy por ti, mañana por mi; apóyame en esto y te apoyo en lo otro; si me ayudas por aquí, una tanto por ciento de la ganancia es tuya. Es en este sistema en el que realmente estamos y no en el capitalismo teórico que venden algunos "liberales" (casi siempre desde puestos de altos funcionarios, por cierto).

El drama es que si nos dejamos dominar por un capitalismo de amiguetes demasiado poderosos y atentos solo a sus intereses personales, no hay empresa colectiva que aguante y no se vaya al carajo. Y un país es, ante todo, una empresa colectiva, una sucesión de aspiraciones comunes, una forma social y colectiva de organizarnos. Ningún país puede sobrevivir demasiado tiempo, al menos con un nivel de convivencia deseable, si queda en manos del presidente de Iberdrola y el de Endesa; de Florentino Pérez y Villar Mir; de quienes controlan los dos grandes bancos o las empresas del Ibex 36. O las élites económicas quedan sometidas al poder político -es decir, democrático- o devorarán todo lo que se les ponga por delante, económicamente hablando. Ya lo están haciendo de hecho. Y si culminan con éxito su gran operación de sustituir al amortizado PP por esa pujante versión joven y naranja de lo mismo que se llama Ciudadanos, no quiero ni contarles. El caso es que este, y no otro, es el actual campo de batalla de la política española. Y en esta guerra, como en las peores, no se hacen prisioneros. O eres productivo o caes. O tienes valor de mercado y te transformas en mercancía o no eres nada. O les interesas para algo a los señores de la pasta o careces de sentido, como le pasa a Zamora al completo y a tantas áreas geográficas de España.

Es la economía, amigos. Lo llaman capitalismo pero es una pandilla de trajeados amiguetes mangoneando todo a su gusto y sin control regulatorio alguno. Y es una guerra que, como dijo cierto mega-rico norteamericano, Warren Buffet, vamos perdiendo los de abajo por goleada. A nuestras calles, pueblos y provincia me remito.

(*) Escritor, periodista y secretario de Organización de Podemos en Castilla y León