Llevábamos tiempo con los refranes extraviados en el calendario, hasta que ahora se empieza a cumplir lo de "Marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso". Mayo es el mes de las flores y en la tradición cristiana también el de María. Sin embargo, con flores o sin ellas, el calendario está sembrado de fiestas en honor de Nuestra Señora. Como escribió Delibes: "En Castilla los días se llaman santos y los hombres motes. Nadie dirá de 15 Julio a 15 Agosto, sino de Virgen a Virgen."

Mayo tenía encanto para mi, de niño. Esa Reina del cielo era entronizada con todos los honores en la iglesia del pueblo: Una enorme sarga azul y blanca cubriendo todo el retablo del altar mayor y, ante ella, sobre un elevado graderío de madera cubierto de flores, la imagen de la Inmaculada. Es el recuerdo asombrado de un niño ante la instalación de un artilugio escénico espectacular, junto con la fragancia imborrable de las flores, algo que en el recio clima castellano es de agradecer, y en mi caso, para no olvidar. Joyas de la memoria que uno tiene a buen recaudo y tiene el gusto de mostrar aquí.

El pasado Otoño tuvo lugar en Lisboa una exposición de joyas artísticas vaticanas que reflejaban la presencia de La Virgen en el arte de occidente. Una pequeña antología del imposible inventario que el nombre de María ocupa en los diccionarios enciclopédicos del arte universal; un Himalaya de tesoros de todas las artes que ningún otro nombre, excepto el de Cristo, se eleva tan alto.

Desde las primeras representaciones en las catacumbas hasta hoy, pasando por anónimos autores de iconos, los genios del Renacimiento, o de nuestro siglo de oro, tal que Murillo, María es un filón de inspiración artística con la que artesanos anónimos o artistas reconocidos, esculpen, pintan, construyen, cantan o bordan el nombre santo.

Un servidor, cuando viaja fuera, limitado a mi pesar en el dominio de idiomas, muchas veces se siente forastero incómodo. Pero es entrar en una iglesia y algo de mi casa o de mi alma reconozco porque no tarda en saludarme la mirada amorosa de una Virgen o los brazos abierto de un crucifijo.

Otra antología, digna de guardar en fonoteca, es la que realizó quien fuera director de la Real Academia de la Lenga, Dámaso Alonso. Un disco, grabado en los años sesenta, titulado "Los poetas cantan a La Virgen". Escuchamos versos recitados, pertenecientes a poetas de diferentes épocas, desde Gonzalo de Berceo a Rafael Alberti.

La devoción a María es algo tan arraigado en el cristianismo que permea todos los estratos sociales, desde los más cultos o intelectuales hasta el pueblo llano. En dicha antología sonora escuchamos poemas de autores como el Marqués de Santillana, o Rafael Montesinos con un "Romancillo de La Esperanza de Triana".

La introducción del culto a la Madre de Dios arranca del concilio de Éfeso, (s. IV) cuando es reconocida y proclamada su figura, recogiendo la tradición previa y un deseo extendido popular.

En mi opinión, el culto a María introdujo en el cristianismo una veta de humanidad y cotidiana cercanía de la religión por considerar a esa mujer humilde, "una de las nuestras", necesariamente cerca del Señor.

Volviendo al autor de la antología sonora mariana, Dámaso Alonso, gran erudito y profundo poeta, hemos de recordar su libro emblemático "Hijos de la ira", publicado en 1944, con ese arranque tan impactante: "Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)... Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma...". El poeta escribe este libro desgarrado desde la soledad y la angustia, con el pasado reciente de la guerra civil y el planeta inmerso en la segunda guerra mundial. Los versos son de una sinceridad y realismo expresivo muy logrados, por lo que tuvo enorme influencia en la poesía española posterior. Un cierto pesimismo y desazón, magníficamente descritos por el autor que se explaya, en verso libre, descargando esa ira existencial, pidiendo a Dios y al mundo una respuesta. No obstante, Dámaso, como si quisiera poner un final más esperanzador a su doliente poemario, añade en ediciones posteriores el que lleva por título : " A La Virgen María" en el que canta la dulzura maternal de la Reina del cielo, después de verse solo en la vida (ese amarillo pus que fluye del hastío).

"...No, yo no sé quién eres, pero tu eres/ luna grande de enero que sin rumor nos besa/ primavera surgente como el amor en junio/ dulce sueño en el que nos hundimos/ agua tersa que embebe con trémula avidez la vegetal/ célula joven/ matriz eterna donde el amor palpita,/madre, madre."

El poeta escribirá también versos en los que se muestra menos trágico que en "Hijos de la ira", pero siempre nadando en los profundos temas de la vida y haciendo pie en una visión transcendente de la misma con libros como "Hombre y Dios" y "Los gozos de la vista". En esa voz lírica más amable se expresaron también dos poetas zamoranos: Juan Carlos Villacorta y Luis Cortés, cantando coplas a la Virgen de la Hiniesta. Del primero son estos versos: "A la Virgen rubia/ que espera en la Hiniesta/ llevaremos flores/ con la hierbabuena/ a la Virgen rubia/ de la Primavera". Son versos de juventud de un prolífico escritor, e ilustre colaborador de este periódico, cuya pluma no perdió inspiración en su longevidad.

También el profesor Luis Cortés, que figura merecidamente en el callejero de Zamora, escribió a la Virgen de la concha: "Mil gracias derramando la romera/ va por floridos campos y elimina/ la negra incertidumbre campesina/ pendiente del nublado jera a jera."

Para cerrar este pequeño juego floral de versos, tenemos un colofón lírico-melódico entresacado del tríptico teatral titulado " El cerezo y la palmera", de otro poeta, como Dámaso Alonso, perteneciente a la generación del 27, Gerardo Diego:

María,

Qué mano tan música

Con sus cinco dedos

Azucenas únicas.