No digo yo que haya que ser tan melindroso como en la época romántica en la que el varón ofendido, por menos de nada, concertaba un duelo con quien consideraba se había pasado en algo que estuviera relacionado con su honor, tal y como él llegaba a entenderlo. Tampoco que haya que sacar la faca, y hacerle un costurón, a aquel otro que haya mentado a su madre, o intentado aprovecharse de determinada situación para intentar quitarle la novia o cosa por el estilo. Ni hacer abandonar la boca a los dientes del contrario, sin necesidad de pasar por el dentista, por haberse pasado en determinados comentarios. Pero de eso a estar abierta la veda para insultar a diestro y siniestro a quien a uno le venga en gana, utilizando los adjetivos más abyectos, y que la sociedad llegue a admitirlo, alegando que forma parte de la libertad de expresión, media un abismo.

Llamar carroñeros, víboras, hienas o bestias con forma humana que destilan odio nauseabundo, no parece que sea necesario admitirlo a trámite para llegar a la conclusión que son ofensivos. Ser descrito como de tener un sudor mucoso de sapo resfriado, tampoco es una descripción como para amar y respetar a quien la profiere. Aunque más ofensivo aun es afirmar que "el catalán es superior al español en el aspecto racial", o que "la progresiva degradación racial española puede contagiarse a los catalanes", porque además de ofensivo es peligroso, ya que huele a fascismo, y eso ya sabemos lo que es por haberlo sufrido en el pasado.

Estas lindezas dan un tufo que da miedo, y más aún porque, según dicen los medios de información, no las ha pronunciado un patán en fin de semana, después de haber tomado un cubata de más, cuando la lengua llega a desbordar en velocidad al cerebro, sino por el nuevo presidente de la Generalitat de Catalunya. Y la verdad es que no es la mejor tarjeta de visita para que sea respetado por quienes no piensan como él, sino todo lo contrario. De manera que, si alguien llegara a pasarse aplicándole algún calificativo impropio de gente educada, es posible que muchos lo consideraran justificado.

"Entran ganas de hacerles un corte de mangas de cojones y decirles "os jodeis"", es otra lindeza pronunciada, nada más y nada menos que, por la Secretaria de Estado de Comunicación del Gobierno de la Nación, refiriéndose a los jubilados. Y aunque ella diga que no era una declaración formal, lo cierto es que si lo dijo fue porque lo pensaba, lo sentía, y le salía de "ahí" pronunciarlo, ya que no estaba obligada hacerlo, y eso además de pena da algo de miedo.

Un alto directivo de dos marcas de café ha calificado a España de "Estado fascista", y sus superiores no le han hecho rectificar, lo que viene a decir que piensan lo mismo que este impresentable indocumentado.

Un presentador de TV-3, la televisión oficial catalana, ha llamado "sarnosos de mierda" a los españoles, y tampoco ha pasado nada.

"Basura de Gobierno" porque "no es capaz de demostrar que hay aviones para bombardear a Catalunya", es otra entrañable expresión del director de un conocido periódico y una emisora de radio, de difusión nacional.

Mientras en la ETB se dice que "hay cuatro tipos de españoles: fachas, paletos, chonis y progres" -menos mal que, en este caso, se les ha colado lo de progres, que, dependiendo de quien lo escuche, puede ser incluso un halago- porque, ya se sabe, que los elegidos de raza superior son ellos.

El señor Albert Pla, eminente escritor, leído con ahínco por los chicos de Eurovisión, presume de decir que "A mí siempre me ha dado asco ser español, como espero que a todo el mundo", cosa que es muy libre de pensar, aunque no se sepa de nadie que le haya impedido que se largara a otro país para ser allí nacionalizado.

En tanto algunos policías municipales de Madrid escribían en WhatsApp que "Hitler sí que sabía hacer las cosas", el alcalde de un pueblo de Salamanca se soltó por peteneras escribiendo una carta en la que llamaba mamporrero al presidente del Senado por haber tramitado una petición sobre la Memoria Histórica, dándose la paradoja que alcalde y presidente son militantes del mismo partido político.

Aunque no sea cosa de cogérsela con papel de fumar, lo cierto es que éstas y otras muchas expresiones, así como los comportamientos que hacen juego con esta basura, no parece que sea lo mejor que debe ofrecer una democracia que se precie, ni tampoco lo peor, porque lo que se están llevando unos y lo que están engañando otros, aunque de manera más sutil, no es por ello menos despreciable.