Algunos hombres querrían que las mujeres lleváramos, permanentemente una letra escarlata cosida a nuestras prendas de vestir como aquella que se vio condenada a llevar Hester Prynne, la mujer acusada de adulterio en la novela de Nathaniel Hawthorne. Para algunos de esos hombres nuestra palabra no vale nada, somos las culpables de incitar a los hombres y además los acusamos sin fundamento de agresiones sexuales cuando en realidad las que disfrutamos, las que 'gozamos', las que buscamos la ocasión y el peligro somos las mujeres que vamos a gusto en la burra.

Más o menos lo que ha pensado y publicado en sus perfiles en redes sociales un profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, Luciano Méndez Naya, pidiendo la absolución de los cinco miembros de La Manada y cuestionando el relato de la víctima. Este es otro de los que no entienden que No es NO. La Universidad de Santiago no se ha dormido en los laureles y sus servicios jurídicos están analizando las posibles "medidas a adoptar", según ha manifestado la vicerrectora de Comunicación. A ese profesor hay que ponerlo fuera del ámbito académico de inmediato.

Agresiones grupales o individuales sólo se combaten si hombres y mujeres estamos unidos, si ambos entendemos las situaciones que pueden plantearse. No quiero dejar a los hombres fuera de estas cuestiones. Tienen que formar parte de un sentimiento que no es femenino singular, ya que es femenino y masculino plural. Cuantos más, mejor, pero en una línea diferente a la utilizada por este profesor desaprensivo que posiblemente esconde a un misógino. En las consideraciones de este tipo hay mucho de denigración, discriminación, violencia y cosificación sexual de la mujer.

Y ya estamos hartas de las gilipolleces de siempre, de los imbéciles de siempre, de los machistas de siempre que, lejos de evolucionar, retroceden para neandartalizarse, si se me permite la palabra. Ni profesores, ni jueces, ni ingenieros, ni mecánicos, ni albañiles, ni fontaneros con ese pensamiento único sobre la mujer que ha venido adornando a lo largo de los siglos a tantos hombres. En su descargo hay que decir que no todos piensan, hablan y actúan de la misma manera.

Lo que tampoco se puede consentir son las "condenas ridículas", como ha declarado David Alonso, prometido de Leticia Rosino, a los culpables de asesinatos, de violaciones y de cualquier otro tipo de agresión. Les toca hablar a los legisladores que están en la obligación de endurecer la ley porque esto se les está yendo de las manos y suma ya excesivas víctimas. Tienes razón David, por muy menor que sea, no le puede salir barata la execrable acción que ha llevado a cabo. Pienso en ti y pienso en los padres de Marta del Castillo. Si la ley estuviera configurada de otra manera, esos padres tendrían un lugar en el que llorar a su hija. Los Carcaño de turno no se pueden ir de rositas.

Pero tampoco se pueden ir de rositas los que siembran de dudas la palabra de una mujer agredida, culpabilizándola, señalándola, poniendo en tela de juicio los hechos denunciados. Ni las mujeres pueden pasarse en sus denuncias ante una galantería, ni los hombres deben ser tan ligeros en sus apreciaciones al referirse a una mujer violada, maltratada o asesinada. Lo que más lamento es que ciertas actitudes, femeninas sí, pero sobre todo masculinas siguen sin solución aparente.