Suelo utilizar esta expresión en mis clases, sobre todo cuando impartía Educación para la Ciudadanía -asignatura que el gobierno de M. Rajoy eliminó de la ESO- porque nos permitía poner en valor las vidas de inmigrantes y refugiados en su lucha por sobrevivir. Nosotros, con alguna que otra limitación, tenemos garantizada una existencia con las necesidades básicas satisfechas. Hemos nacido en un país y en una familia determinada, no hicimos nada para merecer estas ventajas o quizás, en algún caso, desventajas. Nuestro destino y circunstancias obedecen a un azar de la naturaleza, a la lotería natural. A esto se refería John Rawls, eminente filósofo fallecido hace quince años, cuando exponía su teoría de la justicia. Buscaba unos principios básicos universales que pudieran ser aceptados por todos y que sirvieran de guía para la actuación política en sociedades concretas. Su posición ética responde a raíces profundamente igualitarias. Llega a definir la justicia como aquella situación en la que todos los valores sociales fuesen distribuidos igualitariamente, salvo que una distribución desigual beneficiase a todos los miembros de la sociedad. Al tiempo, este insigne profesor de Harvard, se propone denunciar la injusticia de las instituciones que permiten que algunos sufran y otros disfruten en razón de su mala o buena suerte. Defiende aquel sistema político que sea capaz de convertir a cada ciudadano en responsable de su propio desino.

Estoy conmocionado por el crimen de Castrogonzalo desde la mañana del viernes pasado, cuando un alumno de este pueblo nos relató a toda la clase de bachillerato lo acontecido la tarde y noche anterior. Él había participado en la búsqueda de Leticia Rosino hasta que fue hallado su cadáver. Escuchamos sobrecogidos y así seguimos después de oír y leer en los medios de comunicación las últimas noticias: el acusado del asesinato es un menor de la localidad de 16 años. El juez de Menores decretó su reclusión en el Centro Regional de Menores Zambrana. Me doy cuenta que el alumnado esta mal, callados y confusos, porque casi todos conocen al presunto asesino. Abrimos un turno de palabra, seguro que verbalizar emociones bloqueadas nos hará bien a todos. Escuchamos con respeto diferentes conjeturas sobre el terrible suceso, alguna alumna aludió a la pena exigua que la ley prevé para casos como este y que habría que cambiarla, otros mencionaron comentarios vertidos en las redes sociales, bastante necios y morbosos. Por último, intervino un alumno para contarnos lo que le había pasado la noche anterior. Volvía con otros amigos a su casa después de ver un partido de fútbol en un bar, caminaban por una calle del centro de Benavente cuando vieron que se acercaba una chica que bajó de la acera antes de llegar a su altura, después agarró su bolso entre los brazos a la altura del pecho y empezó a correr. No hicieron ningún gesto ni emitieron sonido alguno, vieron perplejos la reacciónde la muchacha que corría temerosa. Agradecí que nos relatara este suceso por lo que revela. Apareció el miedo, la psicosis por lo pasado en el pueblo vecino. Muchas mujeres no se sienten seguras caminando por una calle de Benavente o paseando por las afueras de su pueblo. No podemos permitir que esto pase ni que cunda la idea de que tras cada esquina o recodo de un camino puede haber un maltratador, un violador o un asesino de mujeres. No será con miedos ni con renuncias a vivir en libertad como mejor protejamos a nuestras mujeres y a nosotros mismos.

Tenemos que comenzar por preguntarnos por qué un adolescente puede llegar a cometer tal bárbara agresión como para causar la muerte a una mujer que pasea por el campo. Miro cada día a mis alumnos de parecidas edades a la del presunto asesino y no soy capaz de imaginar que puedan... Ya sé que esta etapa de la vida se caracteriza por las turbulencias emocionales y los desajustes mentales, pero no creo que ello puede llegar a empujar a cometer la atrocidad que hoy todos lamentamos. Me inclino por pensar que tal comportamiento puede tener raíces en lo sufrido en etapas de la niñez. Debemos reconocerlo, también entre nosotros hay personas que no tuvieron fortuna con la lotería natural y fueron a nacer en una familia desastrosa, que no lo era en realidad, pues nunca cumplió la función para la que existe: criar, proteger, amar y educar a los hijos. Es innegable que algunos niños y niñas comienzan su andadura vital en franca desventaja con respecto a otros semejantes, algunos de ellos salen adelante y heroicamente se sobreponen a tantas dificultades como se les presenten para tener una vida buena.Pero, seamos sinceros, son la excepción porque en su mayor parte arrastran su mala suerte echando mano de los nefastos ejemplos que vieron desde niños en su entorno y que imitaron, pues ese era su principal aprendizaje. La escuela y después el instituto no pueden neutralizar en unas pocas horas lo que se vive el resto del día. Por eso me pregunto ¿dónde están los servicios sociales? ¿por qué no intervienen cuando vemos con claridad lo que está pasando? ¿Acaso las instituciones sociales no deben proteger a los niños desatendidos y agredidos? Se deben emplear los recursos públicos en mejorar la suerte de los que están peor, propone el pensador Rawls, profundo humanista que considera que nadie ha hecho nada para merecer las ventajas o desventajas con las que ha nacido, por eso el sistema institucional no puede castigar o premiar a las personas a partir de cuestiones que dependen de su suerte o desgracia.

Como ven, prefiero proponer a mi alumnado y a ustedes, amables lectores, una mirada consciente, aunque la emoción empañe de lágrimas nuestros ojos, sobre este suceso tan brutal, injusto y sinsentido; quiero que tratemos de encontrar una posible explicación a lo que jamás tendrá justificación. Necesitamos que se haga justicia y deseo que ella sea la orientación de los gobernantes para que no tengamos que lamentar hechos tan terribles como los que causaron la muerte a Leticia. Sentidas condolencias a familiares y amigos.