Dos consideraciones profundas en el capítulo 15 de San Juan, marcado por la ternura del Señor hacia sus discípulos, que se propone en el Evangelio de este domingo.

La primera: somos amigos, no siervos. Dice Jesús: "permaneced en el amor que os tengo, es el mismo que el Padre me tiene a mí". "Esa debe ser la fuente de nuestra alegría". Jesús expresa este mundo de relaciones con una palabra clave: amistad. Ser cristiano es ser amigo del Señor. Amigo, no siervo. El siervo hace las cosas porque recibe una orden, no porque conoce y comulga con las intenciones del amo. Se trata de algo frío y formal. El comportamiento del amigo viene de dentro, la amistad supone comunicación, haber hecho nuestros los objetivos y sentimientos de aquel que apreciamos y amamos.

Por lo tanto, el cristiano no se distingue de los demás por las obras exteriores que realice, por muy buenas que puedan ser, sino por la interioridad del creyente: por su fe en Jesucristo, por su relación con Él, por un encuentro personal con Él. De ahí que sus motivaciones y su cosmovisión de la vida, donde se encuadra su compromiso, tienen ahí su origen.

La segunda: ese amor debe dar fruto. ¿Qué quiere decir esto? El Señor nos dice que nos llama amigos "porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer". Nos ha comunicado las motivaciones profundas de su testimonio. Así nos ha "igualado" con él. Es decir, nos ha hecho saber lo que él sabe, que "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). Eso es conocerlo. En la Biblia conocer a Dios significa amarlo. La primera razón para ello es que Dios es amor, él nos eligió, nuestro amor es respuesta a su iniciativa libre y gratuita. "Quien no ama no lo conoce". "Ese amor debe dar frutos". El envío del Hijo nos manifiesta el amor del Padre. Ahora comprendemos mejor su mandamiento: "Que os améis unos a otros". Esa es la manera de acoger el amor que Dios nos tiene.

El Papa Francisco en su última exhortación apostólica "Gaudete et exsultate", sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, nos pide que nos dirijamos al Espiritu Santo para preguntarle qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia. Qué frutos de santidad puedes ofrecer. Y para ello déjate transformar, déjate renovar por el Espíritu para que tu misión como cristiano en el mundo no se malogre. El Señor te ayudará a cumplir la misión en medio de tus errores y malos momentos, con tal que no abandones el camino del amor y estés siempre abierto a su acción sobrenatural que purifica e ilumina (GE 24).