Al final de una avenida por la que voy al trabajo, hay un gran bloque a cuya mole sus arquitectos (Del Busto y Díaz Negrete, 1964) lograron arrancar las formas aptas para redimirlo, elevándolo al rango de escultura. Soplando viento Sur, mientras en la radio del coche atruena el órgano del postludium de la Misa Glagolítica de Janàceck, el panal que forman los balcones (en dientes de sierra por la perspectiva), los grandes lienzos lisos verticales y las geometrías de las pérgolas del ático despliegan sus combinatorias conforme avanzo por la avenida, y en un momento el sistema acaba engranando con los sones del órgano. El goce del momento es sólo síntoma gustativo de cómo las cosas tienen que ver entre sí, y nosotros con ellas, lo que nos pone en nuestro sitio de ínfima célula, pero también en un gran cuerpo. Es cuando digo la palabra que (también por otra cosa) titula este billete.