El otro día, en Villalar, me encontré con un amigo, periodista de radio, que me dijo:

-Acabo de mandar mi crónica. Fue fácil. Cogí una de años anteriores, que coincidiera con un día soleado, y no tuve que cambiar nada.

Bromeaba, supongo. Pero lo cierto es que hay muchas actividades y noticias que se repiten año tras año, sin cambios y de las que por tanto cabe hablar con las mismas palabras que en el pasado. Nadie va a notar nada si nada ha cambiado en la realidad. Yo puedo hacer un artículo sobre el paro, cada vez que anuncian lo datos del INEM o de la EPA, sin cambiarle ni cuatro palabras a otro que haya escrito hace cuatro o diez años o veinte. Fijo. Con la despoblación pasa otro tanto. Dad gracias a que soy un desordenado y me costaría encontrar los cientos de artículos que habré escrito sobre el tema. Pero seguro que tengo cuatro o cuarenta que podría publicar hoy sin que nadie dijese que no es estrictamente actual.

No es que los datos sean los mismos, puesto como van siempre en una única dirección, pero la reflexión que suscitan no puede ser muy distinta. Dicho eso, entremos en la cuestión. Esta semana, nueva depresión colectiva provincial. Datos demográficos: 2.860 zamoranos menos desde el año pasado. Nos seguimos yendo por el desagüe y cada vez a mayor velocidad. ¡Uy! ¡Ay! ¡Qué dolor! ¡Me cago en los políticos! ¡Ya está bien! ¡Pon otra ronda, Simón!

A ver, seamos sinceros. Se nos da bien quejarnos. Pero no nos encanta tanto ponernos a pensar en serio por qué ocurre eso y qué culpa podemos tener, aunque sea sin darnos cuenta, cada uno de nosotros. El colapso demográfico que sufre Zamora, y todo el viejo reino de León, y la Comunidad en su conjunto, y todo lo que se ha empezado a llamar la España vacía, no es ni medianamente normal. En muchos países hay zonas que, por diversas circunstancias, se vacían en detrimento de otras más dinámicas o confortables. Lo que no hay, salvo en España, es países que se estén vaciando a increíble velocidad en prácticamente la mitad de sus superficie o más. Esto ya es excepcional e indica que algo se está haciendo fatal. Y ese algo es la política humana, económica y territorial.

Hacer política es gobernar. Gobernar es administrar lo común con tiento y talento para que haya para todos, se mantenga el equilibrio y no se permitan desigualdades que den al traste con eso que antes llamaban "proyecto de vida en común" y que es lo que realmente crea y mantiene a un país, por encima de banderas, himnos y patrioteces. Hacer política es ver el conjunto para asegurarte de que las partes que lo componen no avanzan a distinta velocidad o con diferentes medios. Por tanto, la política no está al alcance de cualquiera. No está alcance, por ejemplo, de quienes tienen demasiado interés personal en promocionar una sola parte o de quienes son incapaces de ver más allá de sus narices y su cartera o de quienes jamás han podido ver otra cosa en el horizonte que su siguiente campaña electoral. La política no está al alcance de quienes no tienen otra ocupación, porque obsesionados con el suyo nunca podrán anteponer el futuro de todos. Ni deben ejercerla quienes carecen de empatía, son incapaces de compartir el sufrimiento ajeno o de comprender que la pobreza no es cuestión de suerte, voluntad o herencia.

Y digo todo esto porque es la política, la siempre denostada y despreciada política, la única que puede parar la sangría demográfica de Zamora y demás zonas agonizantes. Pero, claro, la política entendida como una de las grandes y bellas artes. La política honesta, lúcida y sensata que solo puede florecer, salir adelante y ponerse en práctica si vosotros, si todos nosotros, nos tomamos alguna vez en serio esa cosa que llaman votar y empezamos a enviar a las instituciones políticos y políticas de verdad, con tiento y talento, con lucidez, preparación y generosidad. Si por el contrario seguimos empeñados en votar a ciegas listas de partidos decrépitos con políticos sin dos dedos de frente o con el cerebro en la cartera, ¿qué cabe esperar? Lo que veis. Nada y cada vez menos nada.

PD: La aberrante sentencia sobre la violación múltiple en los Sanfermines vuelve a recordarnos, por cierto, que la celebre y ya legendaria Transición nunca existió para el mundo de la Justicia. No se depuró un solo juez, pese a que la dictadura los había depurado previamente a sangre y fuego, y seleccionado solo a los más férreos "afectos al Régimen". Si a eso añades que son intocables y tendentes a la endogamia, se explica bastante bien la sideral y vergonzosa distancia ideológica o de sensibilidad entre los españoles del siglo XXI y algunos jueces del siglo pasado y mentalidad cavernícola.

(*) Escritor, periodista y

secretario de Organización de

Podemos en Castilla y León