Hablemos claro: un escritor es alguien con el ego tan crecido que, para no estallar, necesita darle salida en lo que escribe. Un libro no deja de ser una prolongación del ego del escritor. Esa es la explicación de que la mayor parte de los escritores hablen de sí mismos (de los rasgos y sucedidos de su ego) en sus novelerías, más o menos disfrazados y echándole encima la culpa a la imaginación, como si ésta no fuera su ego en modo fantasía. El escritor busca con su tráfico colonizar otros egos, para propagarse en ellos y, si es posible, poseerlos. La adicción al ego de un escritor, que el poseso necesita chutarse para sentirse bien, puede ser menos dañina que a otras drogas, pero hay opiniones. Como el Día del Libro suele exaltar la divinidad del escritor y condenar al descrédito social a quien no cae en la adicción (un viejo truco narco), alguien debe denunciar a estos traficantes.