Es la más antigua de las pintoras europeas con firma documentada y la única mujer asociada a un libro iluminado en la Alta Edad Media. Eso dicen los que saben, al menos, de la que se tenga constancia.

Se trata de En, o Eu, o Ende que por los tres nombres se la conoce. Una miniaturista que durante un tiempo es posible habitara el monasterio de San Salvador de Tábara, en el oeste peninsular.

En una época en la que se guardaban celosamente las jerarquías y resultaba impensable que el nombre de una fémina nunca, ni siquiera el de una reina, pudiera ir delante del de un clérigo el suyo precede al del presbítero Emeterio, el más aventajado discípulo de Magius. Se trata de una excepcional particularidad, pero así lo quiso el escriba. Lo atestigua el colofón del Beato de Gerona en el que Sennior se afanara allá por el año 975 de nuestra era en el scriptorium del monasterio tabarés.

Nacían, entonces, los primeros reinos cristianos. Los reyes leoneses trataban de articular defensas a lo largo de la que dio en llamarse Frontera Media para frenar el avance musulmán que, desde el sur, parecía imparable. Era un tiempo difícil para la población autóctona en el que la hembra, por su propia condición, estaba marginada del conocimiento y el arte. Sin embargo, fue en ese espacio convulso en el que Ende, mujer e hispana, iluminó el llamado Beato de Gerona. Si no todo, al menos parte.

Con este códice se cierra el ciclo que iniciara Magius y que algunos expertos no han dudado en calificar de auténtico "siglo de oro" para la Tierra Vieja de Tábara. Del monasterio de San Salvador que fundaran Froilán y Atilano a finales del siglo IX bajo los auspicios de Alfonso III salieron el Beato Morgan, el Beato de Tábara y el Beato de Gerona. Una trilogía que, por su colorido, hubiese hecho palidecer de envidia a los maestros expresionistas que asombrarían al mundo siglos más tarde.

Por su conocimiento del arte islámico Ende sería mozárabe, y de condición religiosa por la expresión "Dei aiutrix", (servidora de Dios), con que Sennior la califica. Sin embargo, al ser éste un título que también se otorgaba a seglares podría tratarse de una laica de alto rango promotora, que no pintora, del pergamino.

De ser cierta la primera hipótesis, es probable que fuera monja del monasterio de San Salvador de Tábara al que habría llegado huyendo de la presión califal y donde conocería a Emeterio. En cualquier caso, su aportación al Beato de Gerona parece incuestionable.

Finalizaba, entonces, el primer milenio de la era cristiana y un sinnúmero de prodigios nunca vistos aparecía por doquier. Las ermitas se resquebrajaban, la gente cuerda enloquecía y un caballo bermejo, ese al que fue dado desterrar la paz de la tierra, vagaba entre las huestes musulmanas incendiando cosechas y arrasando haciendas y alquerías. Era Almanzor, sin duda, el Anticristo que anunciara el profeta Juan.

En una de sus razzias por los Campos Góticos, probablemente en el año 988, el caudillo moro redujo a cenizas el monasterio de San Salvador de Tábara. Jamás se recuperó. Con él se apagó para siempre el esplendor de la Tierra Vieja y donde otrora esforzados monjes contribuyeran a forjar la identidad cultural de Europa hoy campan, indiferentes, las luciérnagas.

Quizás algún día aparezcan entre los restos del cenobio tabarés datos que documenten una biografía sólida de la miniaturista pero, en tanto llega ese momento, nada queda de Ende. Nada, de su legado. Solamente su nombre en la última página de un excepcional beato.