En 1953, hace ahora 65 años, apareció el primer tomo de la magna obra en seis volúmenes del sacerdote belga Charles Moeller, titulada "Literatura del siglo XX y cristianismo". Moeller murió el 3 de abril de 1986 y en España muy pocos periódicos le dedicaron unas líneas en sus obituarios. El jesuita y agudo analista literario Cristóbal Sarrias, que fue discípulo suyo cuando Moeller impartía clases de literatura contemporánea en Lovaina, se lamentó entonces de que su muerte pasó desapercibida. Lo fue, de hecho, tanto como algunos de los autores que estudió minuciosamente, todos ellos fallecidos.

Quien comprendió en seguida el valor de esta obra fue la editorial Gredos, que ya en 1954 publicó -al año siguiente de su aparición- el primer tomo, traducido por el ilustre leonés Valentín García Yebra, que tradujo también el segundo (con José Pérez Riesco), el tercero, el cuarto, el quinto y el sexto (este último con Soledad García Mouton). De hecho, el éxito editorial fue relevante; yo adquirí la séptima edición del primer tomo con fecha de 1970. Por la traducción de esta obra García Yebra fue galardonado con el Premio Nacional de Traducción de Bélgica. En 1984 fue elegido miembro de la Real Academia Española y está considerado el pionero de los Estudios de Traducción en España, además de traductor, profesor y teórico de la traducción.

Charles Moeller analiza en su obra a 36 escritores: novelistas, dramaturgos, ensayistas, filósofos, biógrafos, poetas y al cineasta Ingmar Bergman. Entre otros aparecen, Albert Camus, André Gide, Aldous Huxley, Simone Weil, Georges Bernanos, Jean-Paul Sartre, André Malraux, Franz Kafka, Ana Frank, Bertolt Brecht, Simone de Beauvoir, Paul Valéry, Marguerite Duras, François Mauriac y Gertrud von Le Fort. En la lista solo figura un español, Miguel de Unamuno, del que asegura Moeller: "La auténtica, la vigorosa, la desgarradora importancia de la religiosidad de Unamuno está en la nostalgia de la inmortalidad".

Es un grandioso elenco de analistas de la conciencia humana, de cómo ser y para qué en el mundo, con respuestas contradictorias, pero honestas, nunca conformistas. Sospecho que estos autores del siglo XX serían actualmente mucho más fustigadores en una Europa atrapada en el mercantilismo, el hedonismo, el consumismo y el bienestar material.

Asegura el filósofo francés Emmanuel Mounier, contemporáneo de estos autores, en su "Manifiesto al servicio del Personalismo", redactado en 1936, que no puede dejarnos indiferentes la distancia creciente entre política y ética, entre economía y ética e incluso la misma inanidad y flojera de los propios cristianos en la defensa de la persona humana. Y subraya que el primer deber de la persona no es salvar su persona, sino comprometerla en la acción a favor de los demás, que la libertad la debe emplear en adherirse a personas y valores personales. Así, "la vida de la persona es fundamentalmente presencia y compromiso".

Europa, sumida en el bienestar material, carece actualmente de pensadores que ahonden en la dimensión espiritual -en el sentido más amplio del término- del ser humano, aunque resulte tan inconformista y angustiosa como la de Unamuno. La mayoría de los actuales novelistas están atrapados por el espejismo de las historias banales, de fácil y grata lectura, que suele ser una fórmula eficaz para entrar en la lista de grandes ventas. Los filósofos deben andar camuflados por la Selva Negra preguntándose por la evolución de los relojes de cuco o sobre la emigración de sus habitantes a mediados del siglo XIX a parajes similares en Iberoamérica; vi uno de ellos en Colonia Tovar (Venezuela). Si alguien intenta incordiar o sencillamente hacer pensar está condenado al ostracismo, como lo están autores del fuste de Bernanos, Camus, Kafka, Brecht, Sartre y el mismo Unamuno.

No están los hornos para estos bollos, porque se carece de combustible para enrojarlos, es decir, una formación humanista, rigurosa y crítica. ¿Se ha molestado alguien en pensar que la apabullante trivialidad en boga está generando mentes febles y anodinas? ¿O es realmente lo que interesa para configurar un tropel dócil, amorfo y acogotado por el consumismo? Los personajes que estudió Charles Moeller atronarían hoy contra esta inanidad en la otrora cultivada Europa; no con dos o tres ocurrencias, sino con profundas verdades expuestas con mucho talento.