Los humanos construimos el devenir de aconteceres que llamamos historia con la suma de pequeños hitos, a veces anécdotas, que con el paso del tiempo, incluso poco, devienen en tradición. De la tradición a la transcendencia solo hay un paso, de la transcendencia al derecho histórico, tres, y de este al agravio frente al otro, puede que casi cuatro.

Un personaje del "Ala Oeste de la Casa Blanca"pronuncia, en uno de los primeros capítulos, una frase memorable: "Hay dos cosas en el mundo que nadie debería ver: cómo se hacen las leyes y las salchichas". Nosotros no hemos visto, en realidad, cómo se hizo la Constitución de 1978, nos lo han contado, lo hemos recreado a base de recortes y suposiciones. Y eso lo hemos hecho unos pocos. Otros la han detestado desde el principio y por diversas razones -la extrema derecha sociológica y real, los independentistas catalanes y vascos, y otros nacionalistas- los más se han abrazado a ella. El pueblo, eso que todavía parece existir a pesar del Big Data, de las redes sociales y de los grandes y extintos expresos europeos, la contempla sin más, con la normalidad de lo que se supone que es bueno, o lo menos malo, para ordenar nuestra convivencia.

Pues bien, esa ley de leyes, la Constitución de 1978, que ampara nuestras libertades, nuestro estado de derecho, nuestro sistema económico capitalista, pero no de manera firme nuestra sanidad, nuestra educación, nuestras pensiones, ni nuestros servicios sociales, ha servido, con la aplicación de su artículo 155, por primera vez, para que una serie de políticos catalanes acaben en la cárcel. Últimamente, hasta allende nuestras fronteras, en Alemania y en el Reino Unido (Escocia). Ello motivado porque los mencionados políticos se han saltado algunos artículos, la han incumplido sobrepasándola y sobrepasándose en sus atribuciones. ¿De verdad una mala actuación política, desacertada o ilegal, merece una prisión preventiva sin condiciones?

Es que son las tradiciones, las suyas y las de los que los han enchironado. Apelar a la caridad cristiana, a la piedad, al perdón y a la mano tendida puede resultar peligroso: no vaya a ser que en el Supremo se hayan vuelto luteranos. Para un internacionalista como yo -apátrida en lo político que no en lo cultural- todo lo que está pasando resulta muy incómodo. ¿Hasta dónde están, estamos, dispuestos a llegar?