El fundamento perpetuo e indestructible de la Iglesia Católica y, por lo tanto, del Cristianismo, es la Resurrección del Crucificado de entre los muertos, sin ella el Cristianismo sería un religión fracasada del culto a un muerto (un viernes santo sin base) y el cristiano, como afirma San Pablo, sería el más desgraciado y fracasado de todos los hombres, porque ha puesto su confianza en uno de los muchos crucificados en Judea en tiempo del duro gobernador Poncio Pilato. Nunca han faltado los que incluso con dinero, han filmado películas imposibles, intentando negar la resurrección y afirmando que los discípulos habían robado el cadáver de Jesucristo. Éste fue el intento de los jefes religiosos judíos del tiempo de Jesús y esto es lo que ha querido filmar J. Cameron en una película que según propio testimonio tenía como finalidad negar la Fe revelada y creída, porque había encontrado el sepulcro vacío, que haría imposible la Resurrección. Algo que el cine ni puede negar ni confirmar. Si algo se puede deducir con lógica humana del sepulcro vacío es precisamente, que el cuerpo de Cristo no estaba allí cuando fueron las mujeres a embalsamarlo. El sepulcro vacío nunca puede ser el fundamento de la Resurrección, que es una verdad de Fe y por tanto no demostrable con presuntas hipótesis pesudocientíficas cinematográficas.

La Resurrección de Jesucristo no pertenece a la historia terrena de Jesús de Nazaret, como sí la Última Cena y muy especialmente la Pasión y Muerte en la Cruz, pero sin ella no se puede comprender su existencia terrena y a ella tiende como su meta. Sólo por la resurrección comienza la historia de la Comunidad de los Discípulos, la Iglesia. La dispersión de los discípulos después de los terribles acontecimientos del Viernes Santo fue total y la sensación de fracaso era situación anímica normal en todos los seguidores de Jesús como se desprende de los textos evangélicos. Eso es lo que piensan los dos discípulos de Emaús, hasta que el Misterioso acompañante les abre los ojos del entendimiento.

Pero esta situación cambia radicalmente por el testimonio de una mujer, María de Magdala (Magdalena) quien había permanecido fiel junto a la cruz, con la Santísima Madre de Jesús, la Virgen María). La Magdalena conocía el sepulcro donde había sido depositado el Cuerpo de su querido Maestro. A ella se manifiesta en forma de encuentro misterioso Jesucristo Resucitado, quien le manda que se lo comunique a Pedro. Como no podía ser menos teniendo en cuenta la situación jurídica de la mujer en los procesos judiciales del judaísmo, Pedro consideró el mensaje pascual de la Magdalena como un simple delirio femenino sin ningún fundamento de credibilidad, se trataba de simples cosas de mujeres desequilibradas por el dolor, el amor y el sufrimiento, hasta que guiado por María comprobó la verdad del mensaje pascual. No es de extrañar que el mayor de los teólogos católicos, Tomás de Aquino, llamara a María Magdalena, el apóstol de los apóstoles.

La persona de la María Magdalena y su proclamación del mensaje pascual es el mentís más categórico a toda esa retahíla de acusaciones ridículas e intolerantes de los enemigos/as de la Iglesia sobre el papel de la mujer en ella. El odioso calificativo de machista que se lanza contra la Iglesia por defender la inviolabilidad de la vida humana desde el misma fecundación hasta su final con una muerte natural digna, no sólo es una infamia, sino que supone una ignorancia total de lo que la mujer representa en la Iglesia. Hoy como para Jesús en su existencia histórica, la mujer ha gozado de una consideración singular: la primera Comunidad Cristiana, unida a María la Madre de Jesús, recibió le impulso del Espíritu para continuar la obra de Jesús Resucitado en la Historia de la Salvación.

Fidel García Martínez,

licenciado en Ciencias Eclesiásticas y doctor en Filología