El hombre occidental post-cristiano está acostumbrado a oír "Jesús ha resucitado" como oye a diario un "¡ay, Jesús!" o un "que Dios te lo pague", pero sin significado real en su vida. Para la mayoría (cada vez menor) la resurrección de Jesús no pasa de ser algo que te cuentan en misa y catequesis, y que se celebra el último día de las procesiones de Semana Santa. Pero para algunos estudiosos ateos la similitud entre las narraciones mitológicas de algunas religiones (donde aparecen dioses que después de morir resucitan) y el relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, convierte a ésta en un cuento más. Parece escapárseles (o les importa una mierda) que a diferencia de estos relatos -que son mitológicos precisamente por contar luchas de dioses sin referencias concretas sobre personas, lugares y tiempos en los que ocurrieron-, los evangelios no nos narran un mito, sino que afirman que en un lugar (un sepulcro de Jerusalén) y tiempo concreto (bajo el poder de Poncio Pilato) Jesús de Nazaret (un hombre de carne y hueso con nombre y apellidos) resucitó después de ser crucificado, que realmente volvió de la muerte, y que hubo unos testigos (también con nombres y apellidos) de ello. De nadie, de ningún otro personaje histórico, y jamás en toda la historia, se ha afirmado una cosa semejante.

¿Una paranoia? ¿Una psicosis colectiva de un grupo de judíos tontos que se ponen de acuerdo en contar una mentira y después dejarse matar por afirmarla? ¿Un cuento chino para niños?

Lo que está claro es que los testimonios de la resurrección han llegado hasta hoy de forma ininterrumpida a través de una comunidad secular de testigos (Iglesia), de los que también conocemos la lista con nombres y apellidos (desde Pedro hasta Francisco), que afirma que Jesús sigue vivo desde hace dos mil años, que vive con un cuerpo de hombre, que ama con un corazón de hombre, que bendice con manos de hombre, que habla con boca de hombre, y que está sentado junto a Dios Padre, porque Él es Dios Hijo.

Esta comunidad celebra estos acontecimientos todos los domingos, pero de forma especial en Semana Santa. Y en los pasos de las procesiones no representa a dioses de muchos brazos, ni a espíritus con formas extrañas (ni siquiera de paloma), ni alfombras voladoras, ni a superhéroes con poderes. Representa a hombres (Jesús, Pilato, Caifás, los apóstoles?) y mujeres concretos (María, la Magdalena, Salomé?) que sufren o hacen sufrir, que mueren o matan. No hay nada mítico ni mágico en esta historia y, por eso, sigue levantando pasiones.