Todos podemos rezar cualquiera de las oraciones aprendidas de pequeños. De esas que se sujetan en la memoria, a veces con un hilo en exceso quebradizo. De esas que cuando eres cristiano de verdad y aún sin serlo, se pegan al corazón para poder echar mano de ellas en momentos de tribulación. Se puede rezar de muchas maneras, en el recogimiento, entre la multitud, en soledad y en el silencio. La plegaria de amor pronunciada la tarde-noche del miércoles santo por el hermano Manuel Javier Peña es de las que encoge y esponja a la vez el corazón. Fue como un examen de conciencia. Como lo que todos, alguna vez, queremos decirle a Cristo Jesús y no sabemos expresarlo con esa delicadeza, con ese sentimiento, con esa pasión, con esas palabras de amor.

Javier Peña avivó con su Plegaria muchos recuerdos y a todos cuantos escuchamos con verdadera atención sus palabras nos puso lágrimas en los ojos. Unas empañaron la mirada, otras resbalaron, muchas se ahogaron en el silencio de un sollozo que permaneció en los adentros. A todos nos llegaron al alma sus palabras. Aún a los más descreídos, porque tocó todo aquello que nos afecta en el día a día personal y colectivo. Que bien lo supo expresar. Se notó que Javier es un hombre de convicciones firmes a las que apeló debido a su pérdida progresiva. Porque sólo las convicciones nos acercan más a la realidad social y a la realidad de Dios.

Las mujeres de Zamora estamos en la obligación de darle las gracias a este policía que es jefe central de Recursos Humanos y Formación de la Dirección General de la Policía, que un día, desde su responsabilidad en nuestra comunidad autónoma tuvo a Zamora en su jurisdicción. Gracias por ese empeño en conseguir que ninguna mujer sea "ignorada, humillada, golpeada o menospreciada en su trabajo, en su vida diaria o en su dignidad". Golpes hay como el de la indiferencia, como el del menosprecio que duelen tanto o más que los golpes físicos. Porque, a veces, ese golpe proviene de otra mujer. Si los sentimientos y el dolor hablaran?.

Y tenía razón Javier, hay que dejar de acudir a pedirle y empezar a darle al Hijo de Dios. A Él y a los demás, a todos cuantos nos necesitan, a los solos, a los marginados, a los afligidos, a los excluidos, a los desesperados, a los que miramos por encima del hombro porque consideramos inferiores, es tanta la soberbia que puede acumular el ser humano. Y, cómo no, a la infancia desfavorecida, a los niños y a las niñas, víctimas propiciatorias de abusos de todo tipo. Porque la infancia es un colectivo sufriente.

Y yo, que permanentemente reivindico la fe, la que mueve montañas, sí, pero también la que es "certeza de lo que se espera, convicción de lo que no se ve". Porque con fe se tiene "esperanza en las cosas que no se ven y que son verdaderas", agradezco su petición. La súplica del autor de la Plegaria del Silencio, pidiendo al Cristo de las Injurias que "nos fortalezcas en la fe". Y es que de fe vamos un poco escasos.