Conocíamos los excesos en bebida, comida y sexo del poeta chileno Pablo Neruda, galardonado con el premio Nobel de Literatura en 1971. Pocos sabían que Neruda tuvo una hija de su mujer holandesa nacida en Java María Hagenaar Vogelzang, con la que se había casado en 1930; nació el 18 de agosto de 1934 y le pusieron de nombre Malva Marina Trinidad. Tampoco era muy conocido que Malva Marina nació con hidrocefalia y murió en Holanda con ocho años. Y menos aún que Neruda no quiso saber nada de ella, de la que dijo que era "un ser perfectamente ridículo".

Menos cruel, aunque poco afortunado, estuvo el poeta Vicente Aleixandre cuando comentó, después de verla en la casa que tenían Neruda y María Hagenaare en Madrid: "Un montón de materia en desorden. Una criatura (¿lo era?) a la que no se podía mirar sin dolor". Neruda no la miró con dolor, sino con desprecio y abandono. Narra el calvario de esta niña, proscrita por su propio padre, la holandesa Hagar Peeters en una historia novelada.

Casi al mismo tiempo de ponerse a la venta esta novela en España, se produjo en Montilla del Palancar (Cuenca) un hecho bochornoso. Una mujer llamada Juli, de 49 años y con el síndrome Down, fue con sus dos hermanas a un acto comercial. Uno de los responsables de la venta y distribución de productos relacionados con la salud y el bienestar impidió la entrada a Juli, porque "podía molestar a los asistentes". Sospecho que fue amaestrado para vender bienestar con el uso de determinados productos comerciales y no para aceptar a personas físicamente poco agraciadas, según los cánones estéticos imperantes, que son a todas luces arbitrarios e inhumanos.

Las personas con alguna discapacidad molestan a muchos, porque cuestionan las mal llamadas anormalidades del ser humano, que indujo al mismo Neruda a abominar de su propia hija. ¿En qué consiste realmente la belleza de una persona? ¿En tener un "cuerpo 10"? Cuerpos por cuerpos, a lo mejor los hay mucho más armónicos y gráciles en los denominados animales irracionales e incluso entre los vegetales.

Si algo distingue al ser humano es su capacidad de discernir y actuar con racionalidad. Pero hay más. Se dice en el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros". Esta es la mayor grandeza y hermosura del individuo. No hay en esta carta magna de la ONU ni una sola alusión a las características físicas que distingan a unas personas de otras, sean o no por discapacidad, enfermedad, etc.

Afortunadamente, hace ya muchos años que desapareció la costumbre de ocultar en casa a los hijos con alguna discapacidad, más o menos aguda, porque estaban considerados una vergüenza para la familia. Quizás porque se creía que esa discapacidad era un castigo de Dios. Los evangelios están llenos de pasajes en que sordos, leprosos, ciegos o tullidos son vistos como hijos de algún pecado o del castigo divino. El propio Jesús de Nazaret tuvo que deshacer muchos de estos entuertos.

El encierro de los hijos estaba motivado por esta creencia. Por fortuna, se ha avanzado muchísimo en el cambio de esta mentalidad atávica, aunque quedan resabios que es preciso eliminar para que no se discrimine socialmente a ningún individuo, debido a alguna discapacidad, sea del género que sea. Habrá que reafirmar que cada individuo es primero persona y después todo lo demás: ideas, cultura, tendencias y hasta creencias. Y no digo raza, porque solo existe una raza, la humana.

Un poeta de la talla de Pablo Neruda debería haber sabido que en el poemario de la especie humana no hay ningún verso suelto; versos libres, sí, muchos y buenos. Los versos, si no agradan, se corrigen hasta que alcancen la perfección que el bardo desea, como hacía meticulosamente el zamorano Claudio Rodríguez. Si no acaban de gustar, siempre hay una papelera a mano para arrojarlos a ella. Pero a un hijo se le acepta sin tachaduras, porque lleva en su propio ser una perfección única e inconmensurable.

Malva Marina fue un magnífico poema que no supo leer ni recitar Pablo Neruda. Y Juli una mujer incomparable, aunque su presencia no agradara a los vendedores de una salud y un bienestar de muy cortos alcances.