La sequía, que vino en el otoño para reinar, y la lluvia, que se hizo querer y no digamos esperar, fue largo rato la noticia -sin noticia del tiempo- aquí como en Francia- donde el río de París, el Sena (que tradicionalmente es un paseo fluvial, a través de su cauce en barca, o en sendas arboladas por la orilla) se desbordó hasta el punto de llegar a la puerta de dos museos emblemáticos de la ciudad: El Louvre y el de Orsay. En el último se exponen obras del estilo impresionista y, curiosamente, uno de los pintores destacados de dicho movimiento pictórico: Alfred Sisley, dedicó su pincel a retratar antiguos desbordamientos del río en un pueblo cercano a la capital: Port-Marly. El tema del agua, como vemos, preocupa y fascina no sólo en la Castilla seca sino allende los Pirineos. Al tiempo que se hacían rogativas aquí para la llegada del líquido elemento, los impresionistas andaban sobrados de agua para retratarla. De hecho el cuadro que dio nombre al grupo artístico es una marina muy diluida de Monet, con el sol poniéndose. Pero volviendo a las riadas, el artista que le puso dique al agua en sus lienzos fue Alfred Sisley. Si el pintor levantara la cabeza, como se solía decir, pediría entrar en su museo inundado, con los pies descalzos para plasmar eso que se llama el cuadro dentro del cuadro, o el museo dentro del lienzo, con el fin de no desperdiciar la ocasión única de la galería encharcada y darle otro hijo artístico a esa inclusa que son las pinacotecas donde contemplamos obras maestras, huérfanas de padre y madre. El huérfano que esto escribe bebe los vientos por Sisley, aunque tendría que decir el agua, que tan magistralmente pintó, en su desmesura, en su transparente y poética amenaza. Sisley, como buen impresionista, amaba la naturaleza con la pasión de los enamorados que se depredan mutuamente sin dolor hasta que el idilio pasa. Es natural que los vecinos de Port-Marly estuvieran seriamente preocupados por las consecuencias del agua intrusa en sus hogares, pero el pintor saca el caballete y se moja pintando esa estampa, que cual moneda, en cara o cruz, elige el lado artístico, el encuadre favorable para dejarnos la imagen ambivalente de un hecho que en sí es de lamentar. En realidad, el arte, como las religiones donde tiene su cuna, parten de una tragedia. Dos ejemplos: De la guerra de Troya surge la literatura occidental. Del pecado redimido, los frescos que el gran Miguel Ángel nos dejó en la Capilla Sixtina.

En el cuadro que podemos contemplar en el Museo Thyssen de Madrid, si verídica es el agua, el cielo no lo es menos; las nubes descargaron, pero no se han ido y siguen quietas para salir en el cuadro del pintor, como orgullosas protagonistas de la riada. Esta es una apreciación lírica personal, lo cierto es que el pintor confesó que siempre empezaba los cuadros por el cielo; lo cual, a la vista del dominio de su arte, no es de extrañar que con un método de arranque tan elevado permanezca en las alturas de la gloria artística que merecidamente le corresponde.

Ya queda expuesta la admiración que siento por el pintor del agua que aquí nos falta. A Sisley llegué por causa de un retorno, el que siempre le queda a uno tras dejar la infancia. El pintor me dio el maná visual por el que vi suspirar a mi gente desde antaño hasta hoy. La primera vez que contemplé sus cuadros quedé tan complacido como el beduino en un oasis. Es lo que tiene ser de secano: la raíz de uno busca agua por todas partes, como la higuera que crece en el páramo, esa que se mantiene viva, sin cuidados, en nuestra primera casa familiar al borde de la salina. El pintor ha sido el primer acuífero estético que un servidor descubrió por los caminos del arte. Ahora el Sena se desborda, y por lo visto no es la primera vez.

Todo lo que el agua inunda, el tiempo lo devuelve seco. Es cuestión de esperar a que escampe, aunque artistas hay que en una tronada ven una epifanía y en la inundación el espejo de un lienzo. Yo era un niño cuando el día de año nuevo de 1960 el agua vino a la puerta de nuestra casa como pidiendo el aguinaldo a destiempo. A mi me fascinaba aquella enorme masa extensa de agua que avanzaba con calma pero sin pausa. Mi padres no veían el artístico momento y se pusieron diligentes al traslado. Yo era un niño ignorante del peligro. Tampoco sabía que la historia es cíclica y que había sido retratado aquel momento por artistas que, como Sisley, sacaban provecho del asombro, pintando tras la lluvia.