Miguel de Cervantes plasma en "Don Quijote de la Mancha" algunos disparatados pensamientos que aceleran en quienes los rumian una progresiva hidrocefalia. Tal como estos: "La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura... Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza". No es de extrañar que el bueno de Alonso Quijano enflaqueciera y acabara creyéndose investido de poderes sobrehumanos para rescatar viudas y deshacer toda clase de entuertos.

Es muy probable que, si hoy viviera el manco de Lepanto, la emprendiera contra quienes se estrujan los sesos para formular frases como estas: "Las personas "no binarias" son aquellas cuya identidad sexual, de género y/o expresión de género se ubica fuera de los conceptos de hombre, mujer, masculino y femenino, o fluctúa entre ellos... Estas personas pueden o no emplear un género gramatical neutro; someterse o no a procedimientos médicos; tener o no una apariencia andrógina, y pueden usar o no otros términos específicos para describir su identidad de género, como "género queer", "variantes de género", "género neutro", "otro", "ninguno" o "fluido". El "Ulises" de James Joyce es menos enmarañado, que ya es decir.

Este ramillete de disquisiciones suele derivar en perturbaciones léxicas para anatemizar los oes y los masculinos inclusivos como joven y portavoz. Algunas madres educadas en esta escuela deben pasarlo muy mal cuando lleven a sus hijas a un zoo y tengan que explicarles que no hay femenino de guacamayos, bisontes, guepardos, leopardos e hipopótamos, aunque sí de elefantes y tigres; tampoco masculinos de ranas y serpientes.

Quizás estos ensalmadores del género estén velando las armas para emprenderla a mandobles por esos mundos de arrieros retrógrados, ovejas descarriadas, hermandades de facinerosos, taberneros sicalípticos y sexadores de pollos y para rescatar de los hechizos machistas a unas aguerridas labradoras que, en vez de oler a ámbar desleído, desprenden un olorcillo algo hombruno. O vapulear a la cofradía de payasos que riman Tabaria con Barataria.

Las palabras no necesitan ideólogos ni sufragistas para evolucionar. Nacen en el pueblo, las recogen los escritores y las sancionan los académicos; por este orden. Es decir, de abajo arriba. Así cuajó también el refranero español, que, como dice Francisco Rodríguez Marín en la introducción a su obra "Más de 21.000 refranes castellanos (no contenidos en la copiosa colección del maestro Gonzalo Correas)" es un "copiosísimo libro necesario para el exacto conocimiento de la hermosa habla castellana, repleto arsenal de saladísima gracia de nuestra tierra e inapreciable depósito de saludables máximas y de enseñanzas valiosas para la difícil práctica de la vida".

Los autores de obras tan excelsas como "La Celestina", "Guzmán de Alfarache", "El lazarillo de Tormes" y, por supuesto "Don Quijote de la Mancha" supieron recolectar esa sabiduría popular expresada en los refranes, siempre ingeniosos y muchos de ellos poco delicados con la mujer, por usar un eufemismo. Correspondieron al sentir de una época, felizmente pasada y superada. Es muy probable que, si vivieran hoy, a estos genios de la literatura castellana, a Rodríguez Marín y al maestro Correas los tacharían de redomados machistas, aunque en realidad fueron meros recopiladores del habla del pueblo.

Es incuestionable que la lucha de las sufragistas en la segunda mitad del siglo XIX, cuando eran tan populares unos refranes manifiestamente misóginos, fue tan justa como necesaria. En el siglo XXI las mujeres solo quieren ser valoradas por lo que valen, no por lo que aparentan o sugieren. Desean ser, ante todo, igual a sus semejantes masculinos, sin fluctuar entre ellos. Y lo mismo sus congéneres, pero andróginos, queer, etc., no, que podría provocar la airada salida de Cervantes de su tumba.