Durante las últimas semanas he visitado las comarcas de Sanabria, Sayago y Aliste y el paisaje social que me he encontrado es poco halagüeño. Cuando hablo de este tipo de paisaje me refiero a las impresiones de las personas con las que he coincidido y que te cuentan cómo ven el presente y, sobre todo, el futuro de las tres zonas del oeste provincial. Para más inri, estas sensaciones se han reforzado durante los últimos meses a raíz de los datos que el Instituto Nacional de Estadística ha difundido sobre la evolución de la población en Zamora. ¿Qué les voy a contar que no sepan? Merma de los recursos humanos, caída de la natalidad e incremento de las defunciones por el efecto de la estructura de edades, es decir, del envejecimiento progresivo de la población, y vuelta a la emigración, un fenómeno que no sólo se había ralentizado sino que incluso habíamos conseguido darle la vuelta en los inicios del siglo XXI.

Ante este panorama, no me extraña que las alarmas hayan saltado y que los oídos de los zamoranos estén zumbando por el efecto de las ondas. Si cada vez somos menos y más viejos; si supuestamente los jóvenes con estudios tienen que buscarse las habichuelas en otros territorios, incluso fuera de España; si los agricultores y ganaderos han descendido de una manera tan considerable que a la hora de votar en las últimas elecciones han comprobado que han perdido el peso y la influencia que tuvieron antaño; en fin, que si lo de allá y lo de más acá indican que aquí hay poco que rascar, pues oye: ¿cómo vamos a andar saltando de alegría si el paisaje social que nos rodea y cuyo oxígeno respiramos invita precisamente al pesimismo más absoluto? Cuando los humanos vemos la botella medio vacía da igual que alguien llegue vendiéndonos ilusión y futuro. En estos casos, la derrota de los optimistas está casi garantizada. Sin embargo, no siempre es así y la historia de la humanidad está repleta de hechos sorprendentes que pueden darnos alguna pista para salir del bache.

Por ejemplo, cuando los ojos, la razón o simplemente las emociones de una persona, un grupo social, una localidad o un país observan que los problemas de la vida cotidiana deben convertirse en retos y, por consiguiente, en nuevas oportunidades para el crecimiento personal y colectivo, entonces yo creo que estamos en la antesala de un momento único e irrepetible que no deberíamos desaprovechar. Un momento de nuevas esperanzas e ilusiones que solo hay que saber encauzar convenientemente, como un río cuando se desborda. El problema, claro, es cómo y quién se sube a la máquina para que de las aguas del río caudaloso, que baja con una fuerza inusitada y desconocida, obtengamos la máxima energía que nos permita hacer todo aquello que se nos ocurra. Yo creo que el río existe, que las aguas a veces hay que alborotarlas y que los maquinistas pueden salir de donde menos se espera. Algunos pensarán que soy un iluso, que en mi discurso se nota con suficiente claridad que soy uno de esos que observa la botella medio llena antes que medio vacía. Y no se equivocan.