Este verano, a consecuencia de la marcha "Unir la derecha" convocada por un grupo de blancos supremacistas en Charlottesville (Virginia, en Estados Unidos), para protestar por la retirada de la estatua dedicada al general de la Confederación Robert Lee, que había aprobado previamente la ciudad de Charlottesville y que se saldó con tres muertos y varios heridos, empecé a familiarizarme con esta forma elegante anglosajona de llamar a los racistas de toda la vida. Los supremacistas protestaban porque "los grandes hombres blancos estaban siendo difamados, calumniados y derribados en EE.UU". El presidente estadounidense, Donald Trump, condenó los sucesos, pero sin señalar la responsabilidad principal de los supremacistas, repartiendo implícitamente las culpas entre ellos y los contra manifestantes.

El término supremacismo se usa para describir una ideología política que promueve el dominio social y político de los blancos. Se basa en el etnocentrismo y en un deseo de hegemonía sobre los pueblos no-blancos. El supremacismo blanco suele asociarse con el racismo en contra de los negros, mulatos, indígenas o amerindios y frecuentemente al antisemitismo, creyendo que los judíos no son lo suficientemente blancos.

La palabra ha degenerado, como suelo ocurrir cuando entran por medio las redes sociales, y si buscas en Internet, basta con poner la raíz supremacista para que te aparezca casi todo: el catalán, el del hombre respecto a la mujer, el de los asiáticos frente a los negros, el de los padres respecto a los hijos, en los del Norte frente al Sur, el de los ricos respecto a los pobres, etc,

Lo que parece claro es que la dichosa palabra lo que realmente expresa es el sometimiento de unos contra otros, a los que se considera inferiores. Existen pues varios supremacismos: el social, el político, el económico, el familiar, el de género, el salarial, el étnico y algunos más.

El modelo capitalista está ayudando mucho a crear supremacistas a través de la capacidad de consumo y de los modelos de personalidades falsas que crea. Si no sigues determinada tendencia o no tienes cierto artículo en tu poder ya pareces de otra clase, inferior claro. Incluso tenemos el supremacismo individual de aquel que antes de salir de casa, se mira al espejo y se dice: "que importante y listo que soy". Es el supremacismo del imbécil, que abunda mucho por este país.

Sorprende que en un mundo cada vez más mezclado, por tanto mestizo, se resista tanto. Para evitar todo tipo de supremacismo, el que sea, se deberá conseguir mayor cohesión social en todos los términos. Mientras eso no se logre todo avanzará con lentitud y sobresaltos. No soy de los que crea que no hayamos avanzado nada, como muchos recalcitrantes pesimistas, pero sí que pienso que en algunos aspectos lo hacemos con lentitud y en otros estamos bastante desconcertados.