De nuevo ha vuelto a surgir la polémica debido al frívolo uso del idioma por parte de determinados cargos públicos que representan al Estado, o a una parte del Estado. Otro palabro, con el que se le ha dado un puntapié al diccionario está haciendo correr ríos de tinta, desde la RAE a los mentideros culturales, que es algo así como decir "desde Santurce a Bilbao". Y los analistas se empeñan en resaltar la ignorancia de quienes los usan, cuando está muy claro que lo hacen para buscar la provocación, y que llegue a hablarse de ello, ya que no son capaces de hacer cosa mejor que llegue a captar el interés de los ciudadanos. Pero los comentaristas se empeñan en criticar el hecho en cuestión, insistiendo en dar lecciones de gramática, de ética y de fonética, si hace falta, para dejar en evidencia a los que sacan a relucir tales palabros, pasando por alto que no son más que añagazas para llamar la atención, como aquella de darle de mamar a un bebe en el Congreso de los Diputados, o de llevar una impresora a cuestas, o de ir vestido como si se fuera a clase de filosofía en segundo de carrera.

Cualquier día de éstos a alguno se le ocurrirá llevar una cabra al Congreso y ordeñarla in situ, justo un momento antes de tomar el café de la mañana, y como nadie hará nada por impedirlo, otros se animarán y llevarán al día siguiente un ornitorrinco, mientras una bandada de oropéndolas revolotea por el hemiciclo de manera majestuosa, yendo desde la tribuna de invitados hasta la mesa en la que se sienta la presidente de la cámara. A este paso, se establecerá como costumbre ver a niños jugando a la pelota por los pasillos, mientras un equipo de veterinarios se dedica a atender a los más vistosos animales de la fauna ibérica, americana o mediopensionista, que pulularán por el Salón de los Pasos Perdidos.

Y es que cada vez gusta más lo obsceno, el confundir el tocino con la velocidad, e interpretar sainetes en los que "socialistos" y "comunistos" gustan de hacer sobreactuaciones para aparentar ser progresistas, aunque, eso sí, sin que llegue a pasar por sus cabezas la idea de eliminar organismos de dudosa utilidad, como el Senado, los Consejos Consultivos, los Defensores del Pueblo, los cargos duplicados de las autonomías, y demás cargas que cuestan un pastizal y no resuelven los problemas más importantes que tiene planteados el Estado. Pero claro, si se eliminara lo superfluo se plantearía el problema de no tener donde colocar a los amiguetes, así que mejor es seguir haciéndose los suecos y disfrutar de las prebendas establecidas por quienes tradicionalmente han detestado el poder en el país.

Porque antes se asociaba el progresismo al dominio del conocimiento, al avance en los derechos de los ciudadanos, a la aplicación justa de la legalidad, a no poner trabas al pensamiento, a conseguir la igualdad de género, pero parece que ahora se prefiere salir en los medios soltando exabruptos o salidas de pata de banco, dignas de Telecinco. Poco serio y menos respetuoso es caer en este tipo de actuaciones, propias de un circo o de una cadena televisiva tomatera.

De manera que conseguir que lo de miembras y portavozas, socialistos y comunistos, y cosas por el estilo, nos llegue a preocupar menos que los resultados de los partidos de fútbol de la liga de Afganistán, si es que existiera allí tal liga, nos va a costar mucho trabajo, porque, al fin y a la postre, estamos tan aborregados que nos cuesta distinguir un precipicio de un colchón de látex, de manera que cada vez corremos más riesgo de darnos un inveterado trompazo.

Hay quien dice que eso de llamar la atención forma parte de su trabajo, cuando en realidad no puede imaginarse a un ingeniero diciendo chorradas en lugar de centrarse en que el tren pueda ir más deprisa sin que se salga de la vía, o a un neurocirujano dando prioridad a vacilar con la enfermera que a manejar el bisturí con precisión y en el punto necesario. De ahí que quienes dedican su tiempo a pergeñar sandeces como las de miembras, portavozas y otras estulticias, no hacen sino fomentar la desconfianza hacia ellos, porque hay que echarse a temblar que gente tan frívola tenga en sus manos la posibilidad de quitar y poner leyes aprovechando que están en el Congreso.